Una mayoría de la opinión pública internacional, incluyendo a reconocidos periodistas españoles de medios no considerados “de izquierdas”, muestra un sesgo creciente de demonización de las ideas de la derecha liberal. Cualquier personaje público que hoy defienda postulados no encajables en el relato socialdemócrata estándar resulta inmediatamente calificado como peligroso “ultraderechista”, sin atender a matices ideológicos o a las particularidades de su discurso.
Prescindiendo de medios colonizados como “El País” -que acaba de echar a uno de sus fundadores, Fernando Savater, por criticar su sumisión al Gobierno- informaciones recientes de “El Español” o “El Mundo” o comentarios en COPE o Antena 3 exhiben un sorprendente carácter antiliberal. Una de sus víctimas favoritas es el presidente de Argentina Javier Milei, líder político libertario que, tras su carácter histriónico y su discurso populista, esconde a un brillante economista que aspira a reducir el clientelismo y la corrupción para sacar al pueblo argentino de la miseria generada por décadas de peronismo. ¿Cómo resulta posible que a un tipo que acaba sus discursos diciendo “Viva la libertad, carajo!” le califiquen periodistas serios como “ultraderechista”? ¿Es la defensa de la libertad una seña de identidad del fascismo?
Para cualquier conocedor de la historia de las ideas políticas -refractario al maniqueísmo infantil que hoy contamina la opinión pública- identificar el liberalismo con el fascismo equivale a confundir una pizza con un piano. Ambos son polos tan opuestos que su vinculación, aún coloquial, debería acarrear un suspenso en primer curso de periodismo. Pero hoy estamos consiguiendo que una mayoría de ciudadanos crea que todo lo que no es socialismo constituye extremismo radical.
Otro personaje que genera sarpullidos mediáticos es el psicólogo clínico canadiense Jordan Peterson, autor de libros de éxito (“12 reglas para la vida”) que llenó en octubre el WiZink Center de Madrid de gente ávida de escuchar sus ideas, plenas del sentido común de siempre, hoy satanizadas por resultar contrarias al credo woke dominante. Alguien que promueve la libertad de expresión sin sujeción al lenguaje políticamente correcto, que se muestra escéptico con dogmas intocables del alarmismo climático, que defiende a la familia tradicional como eje del desarrollo personal o que condena la expulsión de profesores de universidades norteamericanas por salirse del credo mayoritario es, como podemos comprobar, un peligroso “fascista” que precisa ser mediáticamente censurado.
Varias advertencias se han producido en España sobre este preocupante problema. Cayetana Álvarez de Toledo lleva tiempo alentando la “batalla cultural”. Y el filósofo Quintana Paz ha explicado que, al no ocuparse el PP de los valores, ese hueco lo ha llenado la izquierda con sus dogmas. Mientras, observamos con estupor como un Tribunal canadiense ha validado la sanción del Colegio de Psicólogos de Ontario a Jordan Peterson para someterse a un “curso de reeducación”, o escuchamos a la escritora y periodista española Cristina Fallarás -habitual en tertulias televisivas- diciendo: “Si lees mucho y eres una persona culta no puedes ser de derechas. Y si eres culto y de derechas es que eres un hijo de puta”.
La derecha y el liberalismo llevan décadas vendiendo eficacia gestora y escondiendo acomplejadas la defensa de sus ideas ante el empuje del progresismo internacional. Para una mayoría mediática, las “buenas personas” habitan un solo bando, calificación que resulta chocante comprobando los escrúpulos morales de su líder Pedro Sánchez. Urge revertir esta situación, porque, como recordó Milei en el Foro de Davos, es el capitalismo -no el socialismo, ni los nacionalismos- quien sacó a la humanidad de una pobreza secular y le ha aportado sus mejores años de prosperidad. O la derecha abandona su indolencia ideológica o acabará cancelada por “ultra”.
PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 29 DE ENERO DE 2024.
Por Álvaro Delgado Truyols
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