El politólogo norteamericano Francis Fukuyama pronosticó el “Fin de la historia” en un conocido ensayo publicado en 1992, sosteniendo que la feroz pugna ideológica de los últimos siglos había llegado a su fin con el triunfo del capitalismo liberal tras la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de los regímenes comunistas. Aunque su predicción no resultó acertada en el corto plazo, transcurridas dos décadas del siguiente siglo podemos pensar que Fukuyama no andaba tan errado.

La izquierda global tuvo necesariamente que reinventarse tras el sonoro fracaso del socialismo colectivista. Y lo hizo con habilidad -aunque mostrando escasa honestidad intelectual- sustituyendo la fracasada lucha de clases por una pujante pelea de identidades. Así esos tipos laicos, paladines de la lucha proletaria por la igualdad y la solidaridad, se transformaron -con el respaldo académico de prestigiosas universidades norteamericanas- en inquisidores de una nueva religión basada en los dogmas de la doctrina woke: indigenismo, revisionismo histórico, catastrofismo climático, reduccionismo poblacional, feminismo, antirracismo y transgenerismo radicales, apoyo a nacionalismos excluyentes… Inventando otro discurso revolucionario para enardecer a un público históricamente resentido, el universo mental de la izquierda pasó de ocuparse de obreros a ocuparse de víctimas, imponiendo social y mediáticamente que quien dudara de ese nuevo relato quedara desterrado a los aterradores confines del fascismo.

Durante varias décadas, los dogmas de estas nuevas religiones -revestidos de la cacareada superioridad moral que envuelve todo lo que piensa la izquierda- han marcado las directrices del discurso público mundial, dominado por influyentes altavoces del socialismo global: los medios de comunicación, las empresas tecnológicas propietarias de redes sociales, la poderosa industria armamentística norteamericana (casi un “deep state”, o estado profundo, que controla el estado real) y las universidades del mundo anglosajón.

Bien entrada ya la segunda década del siglo XXI, todos esos postulados totalitarios han entrado en una crisis evidente. Las contundentes victorias electorales en Hungría, Argentina, Italia y USA de Orban, Milei, Meloni y Trump, o la de Ayuso en Madrid, todos beligerantes contra los preceptos woke, más la tendencia política que apunta en otras potencias occidentales, revelan una derrota mundial de ese ingenioso disfraz ideado en los años 90 por la izquierda global para sobrevivir al fracaso comunista.

Ha escrito Juan José Gomila en el diario “Menorca” que “muchos colectivos ya no quieren ser minorías victimizadas sino ciudadanos normales y votar con referencias nacionales y no parciales, no ser productos fabricados en cadena por las plantas de la industria de la pequeñez interesada. Muchas mujeres no quieren ser ni cuota, ni hembras a proteger, sino simples ciudadanas a las que las cuestiones de género les preocupan lo mínimo. Muchos creemos en el feminismo de la igualdad, pero no en el de la lucha de clases, el que declara al macho como enemigo natural”.

Así de claro y sencillo se explica este probable nuevo fin de la historia. A la fracasada izquierda internacional le está caducando su último trampantojo. A ver qué inventan ahora para seguir camelándose a la humanidad.

 

P.D.: Cuando todo lo anterior sucede en el mundo, en España y Baleares caminamos al revés. Mientras Sánchez festeja la muerte de Franco, en las islas resultan intocables las políticas de la izquierda y el nacionalismo: gasto público, inmersión lingüística, decrecimiento económico y restricciones a la libertad. Cuesta entender para qué votamos.

PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 16 DE DICIEMBRE DE 2024.

Por Álvaro Delgado Truyols