La factoría Disney que tenemos instalada, a precio de oro, en Presidencia del Gobierno creó hace meses este bonito eslogan, en otro esforzado intento de que la cruda realidad se acomodase a su incansable relato. Walt Redondo y sus muchachos, gestores de la nada pero expertos top en figuración política, debieron pensar que esa sonora frase vendía mucho. Y pusieron a Robocop Sánchez y al Bambi Illa a repetirla sin cesar. Pero los hechos han demostrado ser más tozudos que los imaginativos creadores de Pocahontas en La Moncloa. Porque lo que vemos los españolitos en nuestras casas, semana tras semana, es justamente lo contrario. Tras sus comparecencias parlamentarias -mirando al suelo despectivamente mientras le hablan los demás- o tras sus plúmbeos monólogos televisivos, escuchamos a políticos de la oposición, Alcaldes, Presidentes autonómicos, líderes patronales o sindicales, representantes de médicos y enfermeras y demás miembros de la sociedad civil repitiendo sin cesar que “este Gobierno toma medidas sin consultarnos nada”. Sólo su acreditado instinto de supervivencia le ha hecho llamar in extremis a Arrimadas cuando le ha abandonado el ponzoñoso Rexona de ERC. Demostrando -una vez más- que para agarrarse a la silla le da igual Manuela que su abuela. Pues resulta difícil encontrar dos apoyos que sean más contradictorios.
Sánchez vive hoy desconcertado. Pensó que presidir un país era viajar a foros internacionales, lucir gafas de puto amo acomodado en un Falcon, declamar con pose solemne frases molonas de Churchill o de Kennedy, y poner a sus cachiporras a perseguir en las redes a los disidentes del Netflix monclovita. Como guión almibarado para tiempos de vino y rosas no estaba nada mal, sopesando el nivel acreditado por el votante medio español. Pero la feliz pradera de Heidi se le fue pronto al carajo bajo el napalm de una catástrofe sin precedentes, que requería menos comedias y bastante más empaque. La propaganda puede vender productos defectuosos, pero gestiona mal la compra de neuronas y la obtención de liderazgo. Lo primero que debería exigirse a un líder con carácter y empatía -ante semejante drama nacional- sería reunir a la oposición y a los agentes sociales, y consensuar con ellos la mejor salida para todos. Pero nuestro robot narcisista, incapaz de visitar ni un solo hospital, prefiere enrocarse en su bello caparazón. Resistiéndose, como un niño agarrado a su juguete, a soltar ni un gramo de ese poder que tantas coces a la hemeroteca le ha costado conseguir.
Mis críticas a Pedro Sánchez carecen de trasfondo ideológico. Ni él mismo conoce su propia ideología -en caso de que la tenga- más allá de la adoración incondicional a su propio personaje. Se equivocan quienes reducen siempre todo argumento fundamentado a una partida de rojos contra azules. Para demostrárselo, se lo cambio de inmediato -y de forma entusiasta- por González, Guerra, Leguina, Vázquez, Corcuera, Molina, Aguiló, Mesquida o cualquiera de esos viejos correligionarios, con menor estatura física pero muy superior talla moral e intelectual. O por su Ministra de Defensa, la ejemplar Margarita Robles. ¿Dónde hay que votarles? Ahí me encontrarán de inmediato. La situación lo requiere y les dejo que elijan -entre ellos- ustedes mismos. Porque Sánchez ha demostrado ser, simplemente, un engreído incompetente. Un tipo sin escrúpulos ni moral, al que el aparato de su partido cocinó un turbio doctorado universitario -de la mano de su mentor Miguel Sebastián– para colocarle en la rampa de un despegue de emergencia que luego no supieron abortar. Y es que el Oscar de Hollywood se rifaba entre él y Susana Díaz, dilema para salir corriendo que demuestra el ínfimo nivel del PSOE actual.
Lo resumía todo magistralmente, hace días en una tribuna de prensa, el gran César Antonio Molina, uno de esos ex Ministros socialistas (con Rodríguez Zapatero!) que yo colocaría ahora mismo al frente de lo que fuera. Decía que “todavía millones de ciudadanos seguimos sin mascarillas, sin guantes, sin geles desinfectantes, … sin las pruebas necesarias para saber la situación de cada persona y evitar nuevos contagios, … en arresto domiciliario, con informativos tergiversados, con el Parlamento bajo mínimos y tratando de controlar la libertad de información para ampararse de las críticas que muchas veces no son tales, sino tan solo la conminación y el aviso del mal camino para emprender otro mejor… pidiendo que se apoye al Gobierno cuando éste lo ha rechazado permanentemente pues se encuentra más confortable con independentistas, filoterroristas, populistas bolivarianos y toda una recua de gente que nadie acogería en su casa…”. Poco más podemos añadir.
Todas las personas que han pasado por mi oficina para endeudarse en este tiempo de confinamiento (pequeños empresarios, comerciantes, restauradores, hosteleros, profesionales liberales), sin excepción alguna, han despotricado contra la torpe y lenta actuación del Gobierno y sus incoherentes planes de desescalada. Frases del tipo “estos tíos no consultan nada”, “no tienen ni pajolera idea” o “nunca han trabajado en la calle” construyen, invariablemente, las tristes conversaciones de cada día. Y esa demoledora opinión, caminando todos al borde del abismo -y sin Telecinco o La Sexta que nos la cuenten edulcorada- no hay Redondo ni Ferreras que la consigan disimular.
Porque luego viene el remate de los medios. Esos Mundos de Yupi con que nos entretienen a todos, maquillándonos centenas de muertos en cada triste jornada. Pan y circo con la interminable cornamenta de un periodista crítico con el Gobierno, que ni se hubieran atrevido a mencionar de revelarse -escasos segundos- en la pantalla de Gabilondo, Otero, Griso o cualquier otra divinidad de esa izquierda indesescalable de su pedestal. Con el esperpento añadido del presentador del espacio, ufano millonario al que llegará parte de los 15 kilos recién subvencionados por Moncloa, repitiendo enloquecido que él es un “bolchevique”, y que “este programa es de rojos y maricones, y los demás que no lo vean”. ¿Cuánto duraría en televisión un presentador que se calificara a sí mismo como “nazi” y limitara su audiencia a “homófobos y fascistas”? ¿Tienen alguna duda, amigos, de que nuestro Gobierno nos escucha?
Por Álvaro Delgado Truyols
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