Una de las polémicas del verano, alimentada por los muchachos de Podemos, ha sido la crítica a Felipe VI por no levantarse al paso de una espada de Simón Bolívar, exhibida en la toma de posesión del nuevo mandatario de Colombia. Lo cierto es que el desfile de la espada no figuraba en el protocolo oficial, y fue algo improvisado que decidieron sobre la marcha los asesores del flamante presidente Gustavo Petro, antiguo militante del movimiento guerrillero M-19. Y da la casualidad de que, entre dichos asesores a sueldo -ya presentes desde la previa campaña electoral-, se encontraban los omnipresentes Juan Carlos Monedero y Pablo Iglesias. Que no se pierden una en la que se manejen hilos y se repartan dólares. Y además se trate de desprestigiar al máximo representante de la democracia española.
Entre las obsesiones de los políticos populistas figura, en lugar destacado, el manejo de símbolos. Con ellos pretenden seducir a los desinformados y enfervorizar a las masas para la promoción de su causa. Y aunque los símbolos sean falsos, o hayan sido manipulados, no pasa nada. Con tiempo y chorros de dinero público se les dota de una historia a la medida y de una literatura emocional para seguir adelante con los faroles. Y la gente se los traga. Esto resulta ser práctica habitual en los nacionalismos separatistas, en las dictaduras marxistas y en la mayoría de movimientos identitarios.
El fallecido presidente venezolano Hugo Chávez condujo a su pueblo a una adoración irracional hacia la figura del Libertador Simón Bolívar, que le sirvió para consolidar una tiranía comunista al servicio de los intereses económicos de Cuba. En el colmo de su delirio, Chávez llegó -en julio de 2010- a desenterrar en prime time televisivo el esqueleto de Bolívar y a reconstruir digitalmente su cara en tres dimensiones, añadiéndole rasgos mestizos (ennegreciendo su piel y redondeando el perfil de su rostro y su prominente nariz) para alejarle de la nobleza criolla y de sus afilados rasgos vascongados, y que pareciera “uno de los suyos”, llegando a adquirir una cómica semejanza con el propio Chávez, tal como aparecía en los billetes venezolanos de 500 bolívares.
Pese a que la historiografía oficial de muchos países latinoamericanos, aderezada con aportaciones literarias de escritores afines como la de Gabriel García Márquez en “El general y su laberinto”, nos pintan una leyenda idílica del llamado Libertador, se conoce una demoledora carta escrita el 14 de febrero de 1858 por Karl Marx a su correligionario Friedrich Engels, en la que el creador del marxismo describía a Bolívar como alguien “aborrecible, cobarde, brutal y miserable, incapaz de todo esfuerzo de largo aliento, cuya dictadura pronto degeneró en una anarquía militar”. Pese a ello, la izquierda latinoamericana y sus terminales europeas han convertido hábilmente a ese aristócrata español, propietario de esclavos, depredador de mujeres y resentido contra su país de origen, en el líder que los desfavorecidos de Iberoamérica necesitaban para huir de su mísera realidad.
Carlos Malamud, catedrático de Historia de América de la UNED, investigador principal del Real Instituto Elcano, Miembro de la Academia Nacional de la Historia de Argentina, y “uno de los 50 intelectuales iberoamericanos más influyentes” según el digital Esglobal, publicó en 2021 una obra imprescindible llamada “El sueño de Bolívar y la manipulación bolivariana”. En ella, el historiador argentino estudia el pensamiento de Bolívar y su idea de la unidad americana, detallando cómo se ha falsificado desde el siglo XX la figura del Libertador. Especialmente desde el sonoro altavoz de la llamada “revolución bolivariana”, que revistió a Simón Bolívar de una serie de atributos ideológicos extemporáneos para poderlo convertir en el máximo profeta de la integración iberoamericana bajo un régimen social-comunista, e incluso en el artífice de una segunda independencia de los pueblos latinoamericanos, ahora respecto de los Estados Unidos de América.
De la prolija argumentación de la monumental obra de Malamud se deduce lo falso que resulta afirmar que Bolívar concebía como fin último no la independencia de su país sino la integración latinoamericana. Todo ha sido “una recreación ex post, libre e interesada del pensamiento y la práctica política y militar del Libertador”.
La manipulación ideológica de la gente a través del uso espurio de algunos símbolos llega a causar vergüenza ajena. Políticos sin escrúpulos que excitan rencores o explotan ingenuidades han conseguido que se odie el castellano en Cataluña o a los españoles en América. Cuando el uno forma parte inescindible de la historia de aquella tierra, y los otros fuimos quienes civilizamos y mestizamos a los diferentes pueblos indígenas, de los que no queda rastro vivo allí donde reinaron los hijos de la Gran Bretaña. Por eso, la adoración desmedida a ciertos símbolos o la pueril destrucción de otros no son más que muestras de estupidez. De la peor estupidez humana.
PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 29 DE AGOSTO DE 2022.
Por Álvaro Delgado Truyols
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