Esquivando la normal alternativa de explicar detalladamente las actividades de su mujer ante el Parlamento y ante los principales medios de comunicación españoles y extranjeros, nuestro apóstol laico Pedro El Progresista ha instaurado una nueva forma de democracia postmoderna: la democracia emocional epistolar. El primer presidente de la historia española cuya mujer está investigada judicialmente por corrupción ha decidido que él no debe dar explicaciones a nadie, pero sí mandar a sus ministros más hooligans a hablar del fango y la ultraderecha mientras envía públicas cartas de amor a Begoña utilizando las redes sociales.
Esta es la nueva democracia que ha venido a sustituir al vetusto régimen del 78, ante el bochorno de buena parte de los españoles enfrentado a los engorilados golpes de pecho de María Jesús Montero y las inconsolables lágrimas interesadas de Pedro Almodóvar. Estamos involucionado desde la modélica Transición española a un espectáculo esperpéntico copiado del argumento de Laberinto de Pasiones. “Modernidad líquida” llamaba a este extraño desarrollo evolutivo el sociólogo polaco Zygmunt Bauman.
Pero vayamos sin más dilación a la carta. Lo primero que llama la atención es su mejorable manejo de la sintaxis y su reparto aleatorio de las comas, que parecen haber sido arrojadas sobre el deslavazado texto por Óscar Puente tras rematar una madrugada de after. Estamos ante el escrito de un adolescente cabreado con el mundo mundial por no caer rendido como él ante los encantos de su dulce amada. Visto con la benevolencia del profesorado actual, dudo que superase con suficiencia los presentes exámenes de la EBAU.
Pero lo deplorable de esta segunda carta, siendo pésima su redacción, está en su contenido. Varios son los argumentos mentirosos que expone Sánchez con su notable torpeza estilística. El inicial, que existe una regla no escrita de evitar citaciones judiciales políticamente relevantes en las proximidades de una contienda electoral para no condicionar el resultado de las urnas. Cosa que, como todo en él, resulta falsa. Primero, porque tal regla no existe. Segundo, porque Begoña Gómez no es política. Tercero, porque a favor del PSOE se ha incumplido esa regla reiteradamente: la Operación Relámpago fue ordenada por el Gobierno de Zapatero en Mallorca semanas antes de las elecciones de mayo de 2007 que apartaron del poder a Jaume Matas; Baltasar Garzón imputó a Bárcenas y Galeote por el caso Gürtel cuatro días antes de las elecciones gallegas y vascas de 2009; y Pilar del Castillo, eurodiputada del PP y número nueve en las listas a las elecciones europeas de 2024, ha sido imputada el mismo día que la esposa de Sánchez. Y cuarto, porque existen otras reglas no escritas, respetadas en todos los países democráticos, sobre no colonizar las instituciones con esbirros o no servirse la mujer de un presidente de contactos e influencias de su marido para hacer negocios.
El segundo argumento falsario es que el proceso a Begoña Gómez es una maniobra política de la ultraderecha. Cuando son un Juez de Instrucción y la Fiscalía Europea quienes la están investigando, habiendo sido ratificada la apertura de su investigación por la Audiencia Provincial de Madrid. Aquí, aparte de la inaceptable descalificación al Poder Judicial, se encubre la descarada hipocresía de pedir dimisiones a la derecha cuando alguien es investigado (recuerden las peticiones a Ayuso por la imputación a su novio) y sostener que cualquier investigación a la izquierda deriva de lawfare o prevaricación judicial. Es la misma línea argumental seguida por Armengol en sus declaraciones sobre las mascarillas fake. Los líderes de la izquierda española reclaman vivir revestidos de una capa de superioridad moral que les proteja salvíficamente de delinquir. Todo lo hacen por el pueblo, y por ello exigen blindaje frente a la aplicación de la Ley dadas las supuestas “buenas intenciones” que se presumen a sus angelicales personas o a su sagrada ideología progresista. “Yo no soy así” dijo Armengol con descaro, creyendo utilizar un argumento irrefutable ante las acusaciones de corrupción.
El tercer argumento mentiroso es que esto sucede porque Begoña Gómez (“una mujer trabajadora y honesta que reivindica su derecho a trabajar sin renunciar a ello por las responsabilidades de su marido”) es la pareja de Sánchez. Sin aclarar que, por ser su mujer, debería haber mostrado exquisito cuidado en no utilizar los contactos de su marido ni verse favorecida por adjudicaciones de dinero público que dependen de decisiones de su Gobierno. Como cuando la hicieron titular de una Cátedra en la Complutense sin tener titulación universitaria, o cuando patentó a su nombre un caro software informático desarrollado por Google, Indra y Telefónica pagado por la misma Universidad, o cuando consiguió a sus socios –Carlos Barrabés principalmente- la adjudicación de millones de fondos europeos dependientes del Gobierno. Todo ello, como pueden ver, muy al alcance de las mujeres de los españoles.
PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 10 DE JUNIO DE 2024.
Por Álvaro Delgado Truyols
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