A Narciso se le ha metido en la cabeza que el popular programa El Hormiguero de las noches de Antena 3 no le dora suficientemente la píldora. O que, aunque sea en tono de humor, le critica más veces de lo debido. Y ha ordenado a sus obedientes lacayos en RTVE que contraten La Resistencia de David Broncano -pagando 14 millones anuales de dinero público- para contraprogramar la influencia entre los jóvenes del programa de Pablo Motos. Así como suena, y con dos bemoles, Sánchez no soporta las críticas ni en los programas de entretenimiento. Y quiere financiarse una campaña publicitaria con el dinero que racanea a los enfermos de ELA.
Nadie en su sano juicio puede dudar de la genialidad inimitable del pueblo español. Descubridores de América, el Pacífico o Filipinas, inventores de la guerrilla, los tercios, el autogiro, el submarino, la paella, el gazpacho o la tortilla de patatas, exportadores de escritores, artistas y deportistas de reconocido talento mundial, siempre hemos sumado contribuciones exitosas a la historia de la humanidad.
La izquierda ha dispuesto siempre de voluntariosas cuadrillas de milicianos dispuestos a ejecutar sus trabajos sucios. Tipos menos ordenados que un ejército regular, caracterizados por su lealtad ideológica y su obediencia ciega a los intereses de la causa, prestos a chapotear en las pestilentes cloacas que sus líderes políticos necesitan controlar para ejercer el poder.
Ante la aprobación por el Congreso de los Diputados de la polémica Ley de Amnistía, y dada la confusión informativa -en muchos casos interesada- generada por los medios durante estos últimos meses, algunos amigos lectores me han solicitado que exponga mi opinión sobre esta materia. Aquí la tienen, con una advertencia preliminar. Resulta imposible no exponer un mínimo de razonamientos jurídicos en esta somera explicación. Lo intentaré con términos comprensibles para los no expertos en Derecho.
Resulta ciertamente interesante contemplar la actitud de la gente ante la corrupción. De los implicados, de los posibles afectados, de sus rivales políticos, de los medios de comunicación y del público en general. Y valorar las diferentes escalas de la hipocresía humana. La evolución política y mediática del “caso Koldo” nos ofrece una demostración perfecta de todas las posibles reacciones que los ciudadanos suelen exhibir ante esta compleja lacra de nuestra sociedad.
El Tribunal Supremo acaba de confirmar que el Govern balear debe indemnizar, en el plazo de dos meses, a una empresa del promotor inmobiliario Matthias Kühn con 96 millones de euros por la desclasificación de la Urbanización Muleta II del Puerto de Sóller, acordada en 2008 por el primer Pacte de Progrés de Francesc Antich.
Los baleares tenemos mucho que agradecer a Koldo García. Y al padrino de toda esa banda llamado Pedro Sánchez. Gracias a estos dos gigantes de la militancia, aizkolaris del orbe progresista, hemos descubierto sorprendidos que, durante las pasadas legislaturas, tuvimos en nuestras islas una presidenta fake.
Me descubro ante la mágica capacidad del socialismo para que dos golfos iletrados con menos luces que un barco pirata acaben siendo Ministro de Transportes y Consejero de Renfe en el Gobierno de España. Nadie podría superar este alarde desbordante de lucha de clases y superioridad moral. Ninguna otra ideología inventada en el mundo tiene esa habilidad taumatúrgica para combinar trajes de Armani con palillos en la boca, o transformar los músculos en neuronas, los panes en peces o el agua en vino. Ese que Ábalos y Koldo desparramaban de juerga en juerga pagando con billetes de 500 euros que el segundo sacaba de su mochila.
La deriva iliberal a la que han llevado al PSOE sus dos últimos dirigentes, Zapatero y Sánchez, está acelerando el proceso natural por el que innumerables personas van mutando -a medida que cumplen años y acumulan experiencia vital- hacia posiciones menos izquierdistas que las sostenidas en su juventud.
Desconozco las interioridades del problema que ha afectado a los diputados de Vox en el Parlament balear salvo por las noticias publicadas en los medios, que trataban de arrimar las ascuas de unos hechos bochornosos a su respectiva sardina ideológica.