Crónicas incorrectas

El blog de Álvaro Delgado Truyols

Contra el fanatismo

En el conjunto de ensayos publicados en España bajo el nombre “Contra el fanatismo”, el conocido escritor y periodista israelí Amos Oz -tristemente fallecido a finales de 2018- gran luchador por la paz en el largo conflicto entre judíos y palestinos, realiza una disección implacable de los rasgos característicos de las personas fanáticas. Esos que tanto trató y sufrió -en uno y otro bando- desde su más tierna infancia transcurrida junto a los muros de Jerusalén, todavía en la época de la dominación británica. En su brillante obra, Oz, que fue Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2007, describe al individuo fanático como aquél que adopta una actitud de superioridad moral que le impide empatizar con los demás y llegar a acuerdos con ellos, tratando de imponer siempre su punto de vista. Y pone el ejemplo de compañeros suyos de un grupo pacifista israelí que le amenazaron con volarle la cabeza por mantener una línea discrepante de la mayoritaria. Lo que le lleva a afirmar que “la diferencia entre un idealista y un fanático se mide por la distancia existente entre devoción y obsesión. A diferencia del idealista, para el fanático el fin siempre justifica los medios”.

A tope con la Ley…

El joven Kanghua Ren, apodado ReSet en las redes sociales, es un “youtuber” catalán -de origen chino- que ha sido juzgado recientemente en Barcelona por difundir en internet la humillación que infligió a un mendigo de la calle, al que entregó 20 euros e hizo comer unas galletas Oreo que previamente había rellenado con pasta dentífrica. Todo ello lo grabó con su teléfono móvil y lo subió a su canal de YouTube, que antes del escándalo acumulaba 120 millones de visualizaciones. En el vídeo explicaba literalmente lo siguiente: “a lo mejor me he pasado un poco, pero mira el lado positivo: esto le ayudará a limpiarse los dientes. Creo que no se los limpia desde que se volvió pobre”. En vídeos anteriores, proyectados también en el juicio, ReSet había ofrecido bocadillos rellenos de excrementos de gato a niños y a ancianos, entre otras estrafalarias ocurrencias.

¿Una Iglesia anticlerical?

El historiador español Manuel Álvarez Tardío, ya en solitario o con su colega Roberto Villa -con quien ha colaborado en alguna importante obra- está cambiando en los últimos años con sus monumentales trabajos la moderna historiografía española, en especial la relativa a la época de la Segunda República y la Guerra Civil. Su imponente estudio “1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular” ha supuesto un antes y un después -como reconoce el gran hispanista norteamericano Stanley Payne– en el examen profundo de las causas del deterioro del régimen republicano y del estallido de nuestra terrible contienda fratricida, acaecida hace casi 80 años.

La industria del victimismo

El llamado “sesgo retrospectivo” es un comportamiento de la mente humana por el cual se juzga el pasado con los ojos del presente, creando una memoria distorsionada que cree haber vivido situaciones diferentes a las reales. Se da en historiadores cuando describen el resultado de una guerra, en médicos cuando recuerdan el resultado de un ensayo clínico, en periodistas cuando rememoran hechos pasados, o en el sistema jurídico cuando se imputa a alguien una responsabilidad.

El habitante del valle

Hoy tengo 54 años y, cuando él murió, yo tenía 11. El día que empezó su guerra mi padre acababa de cumplir 2. Mi madre nació después de terminada la contienda. Mi familia paterna vivió aquel desastre en la España republicana. Mi familia materna en la nacional. Es el sino de una guerra civil, que dividió millones de familias españolas. Por un curioso azar de la vida, pasé dos sucesivos meses de agosto muy cerca de él, estudiando todo el día en una pequeña celda -con vistas a la inmensa cruz- de la abadía benedictina situada tras la basílica que aún custodia sus restos. Cosas de las oposiciones y de los calores de Madrid. Allí nunca hablábamos de él. Nunca visitamos su tumba en dos interminables veranos de estancia. Sólo alguna pequeña broma intrascendente en las escasas horas de ocio. Entonces llevaba muerto casi 15 años. Su presencia pasaba desapercibida para un grupo de veinteañeros en busca de una plaza en las diferentes convocatorias de la Administración pública, refugiados en un lugar económico, fresco y próximo a nuestros preparadores por el cierre estival de nuestras residencias en la capital.

Pesadonia

En la mitología clásica, Poseidón, dios griego representado mediante una figura atlética y desnuda que portaba un gran tridente, era el rey de los mares. Y, por la enorme trascendencia del mar en un país con una gran superficie insular y tantos kilómetros de litoral, constituía una figura muy importante para casi todas las ciudades de influencia helénica. Cuenta la mitología que, cuando estaba de buenas con sus habitantes, creaba nuevas islas y ofrecía mares en calma a los esforzados navegantes pero, cuando se enojaba o se sentía ignorado, hendía el suelo con su tridente y provocaba tormentas, diluvios, maremotos y naufragios. El nombre de este antiguo dios del mar, como tantas otras palabras de raíz griega, ha sido utilizado por la ciencia para denominar una planta, en este caso la “Posidonia oceánica”, vegetal acuático endémico que siembra de praderas el mar Mediterráneo y que, pese a llevar con nosotros miles de años, está cobrando últimamente una inusitada actualidad.

El Ministerio de la Verdad

En su famosa novela “1984”, que describía una sociedad distópica ambientada en un Estado colectivista llamado Oceania, el periodista y escritor británico Eric Arthur Blair, más conocido por su seudónimo George Orwell, retrataba un régimen totalitario vigilado por un omnipresente Gran Hermano, en el que se hablaba una neolengua utilizada con fines controladores y represivos. En ese siniestro régimen, el poder político estaba repartido en cuatro grandes Ministerios: el del Amor, el de la Paz, el de la Abundancia y el de la Verdad. De forma irónica dichos departamentos, que carecían de Ministro a su frente, se dedicaban respectivamente a la tortura, a la guerra, al racionamiento de los alimentos y a la administración de las mentiras suministradas a los ciudadanos. Orwell, que había luchado como miliciano voluntario al servicio de la República en la Guerra Civil española -fue herido de un tiro en el cuello en Huesca, en una de batallas del frente de Aragón- se mostró luego en sus obras tremendamente crítico con el totalitarismo estalinista y su influencia en el bando republicano, especialmente en el Partido Comunista Español, desvelando las enormes mentiras que se usaban como propaganda para la manipulación informativa en el interior y en el exterior.

Normas líquidas

Incorporando al mundo del Derecho la terminología que había usado el filósofo y sociólogo polaco de origen judío Zygmunt Bauman en su obra cumbre, llamada “La modernidad líquida”, el notario de Madrid y buen amigo Rodrigo Tena, en conferencia pronunciada en la Academia Matritense del Notariado en el año 2009, acuñó el término “Derecho líquido” para definir la actual forma de legislar, caracterizada por la creación de normas amorfas, poco inteligibles, moldeables y adaptables a las conveniencias políticas del momento. La esencia tradicional del Derecho, o por lo menos de aquél Derecho que podríamos llamar “sólido”, ha sido siempre crear normas claras y precisas que sirvan de freno frente al poder arbitrario y a los posibles abusos de los gobernantes. Por el contrario, cuanto más “líquidas” sean las nuevas normas jurídicas -o sea, de menor calidad técnica, menos entendibles, más maleables y más dictadas para producir titulares en medios y redes sociales- menos limitaciones suponen en la práctica para quienes ostentan el poder. Siguiendo los conceptos expuestos por Bauman en su citada obra, publicada en el año 2000, nuestras normas actuales se caracterizan por ser precarias, provisionales, desconcertantes y, con frecuencia, efímeras y agotadoras. Y eso es así porque se suelen dictar de cara a la galería y con pocas ganas de que sean realmente eficaces e imperativas.

¿Y si creamos «Palmarnia»?

Entre las diferentes reacciones de todo tipo que ha suscitado el proceso separatista catalán, una de las más ocurrentes -porque pone a los separatistas frente al espejo de todas sus contradicciones- es la posible creación de “Tabarnia”, ese acrónimo que combina las antiguas localidades romanas de Tarraco y Barcino, y que se usa para hacer referencia a la segregación de la eventual Cataluña independiente de una zona costera, urbana y de mayoría no independentista, que agruparía parte de las actuales provincias de Barcelona y de Tarragona, enfrentada a la “Tractorluña” rural de mayoría secesionista, y que pasaría a formar una Comunidad Autónoma propia, permaneciendo unida al resto de España.

Ineptocracia

El académico y escritor francés Jean d’Omersson, partiendo de ideas que ya había expuesto la filósofa ruso-norteamericana Ayn Rand en su libro “La rebelión de Atlas”, inventó el término “l’ineptocracie” para referirse al sistema de gobierno en el que los menos preparados para gobernar son elegidos para hacerlo por los menos preparados para producir, quienes a su vez son regados con bienes y servicios pagados con los impuestos confiscatorios que se imponen a los que mejor producen y trabajan, que cada vez son menos. Todo ello forma una espiral diabólica en la que están inmersas nuestras sociedades occidentales, que se dirigen inexorablemente hacia un futuro colapso económico total. A ésto lleva el llamado “Estado del bienestar” en manos de unos ineptos a los que le importa un pimiento cuadrar las cuentas, pues sólo tienen que agradecer de forma cortoplacista a otros ineptos que les hayan colocado milagrosamente en el poder, pensando que el que venga detrás ya apechugará con el desastre económico que unos y otros van dejando.

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