Los hijos del Reino Unido son gente muy suya. Orgullosos, independientes y apegados a sus tradiciones, protagonizan a veces reacciones desconcertantes, como fue la del Brexit, asunto complejo que revela también errores de una Unión Europea que nació para evitar nacionalismos violentos y está generando burocracia infinita y pérdidas de identidad. Pero, en ocasiones, cuando el brillo de Occidente se eclipsa bajo el populismo y el protagonismo creciente de potencias autoritarias, aparece en las islas un rayo de luz que sirve de bálsamo a los amantes de la libertad.
Nos vamos enterando ahora de que nuestro chulesco gallito del corral, el que se promocionaba chorreando testosterona en ese tratado de autobombo llamado “Manual de resistencia”, no es tan gallo como parecía. La road movie castiza que protagonizó desde finales de 2016 -a lomos de un Peugeot 407- recorriendo -supuestamente- durante seis meses todos los pueblos de España no fue más que una más de sus performances trucadas. Salida de caballo con llegada de pollino. Que, con el tiempo, ha ido degenerando en gallina.
En este extraño mundo que vivimos, las élites dominantes tratan incesantemente de exacerbar nuestros sentimientos y nublarnos la razón. Por la cuenta que les trae, los políticos actuales, en combinación con los propietarios de las empresas tecnológicas, que dominan las redes sociales, pretenden que la gente actúe impulsivamente condicionada por sus emociones -que ellos pueden fácilmente manipular- y que piense lo mínimo posible -cosa que, de generalizarse, resultaría peligrosa para sus objetivos totalitarios-. De ahí que hasta las modernas leyes educativas nos machaquen con los “sentimientos” pero ni mencionen las palabras “conocimiento” o “sabiduría”. Para sus intereses populistas, los mandamases del mundo actual necesitan un rebaño débil, sensiblero y manipulable antes que un pueblo culto, formado y con criterio.
Como en la triste película de Lawrence Kasdan, protagonizada en el año 1988 por William Hurt, en Palma hemos tenido como Alcalde -en estos últimos años- a un turista accidental. Turista por estar al frente -muy a pesar del sector- de una de las principales ciudades turísticas del mundo, y accidental porque nada hacía presagiar, en la personalidad y trayectoria vital de José Hila, que acabase dirigiendo los destinos de una compleja ciudad de más de 2.000 años, que hoy supera los 400.000 habitantes.
El mal endémico de España es nuestro arraigado sectarismo. Al que se añade una creciente dificultad para comportarnos como adultos. Preferimos gobernantes paternalistas que nos brinden protección antes que complicarnos la existencia generando un criterio propio, o ejerciendo complejas responsabilidades. Nos fascina el tutelaje de lo público como sustituto del esfuerzo, como solución ante la incertidumbre, como remedio de todo sufrimiento. Imploramos ayudas en lugar de arremangarnos para los sacrificios. Elegimos subvención y protección antes que independencia y libertad.
Con estas dos simples palabras se resume la sorprendente oferta política actual. Aunque nos sigan dando la tabarra con ellas todos los días, las clásicas izquierda y derecha ya no existen. La izquierda por haberse olvidado de la búsqueda de la igualdad, en pos de cualquier política identitaria que pillara por el camino. Y la derecha, una vez asimilada la compleja ingestión del socialdemócrata estado del bienestar, por vivir descuartizada a remolque de los complejos ideológicos que sus rivales les señalan con el dedo. Ya procedan de Franco, de Viriato o de Caín, que más atrás resulta imposible remontarse.
Por mallorcadiario. Sábado 01 de enero de 2022, 06:00
La Navidad es la conmemoración del nacimiento de Jesús de Nazaret, producido hace 2021 años en una covachuela cercana a Belén, que utilizaban habitualmente para refugiarse los pastores nómadas de la zona. Su alumbramiento se produjo por sorpresa, mientras sus padres viajaban desde su pueblo en Galilea a esa localidad de Judea con objeto de censarse por orden del emperador Augusto, ya que José era originario del lugar. Las dificultades para encontrar alojamiento -y los acuciantes dolores de parto de María– hicieron que la joven pareja se cobijara -y acabara dando a luz- en tan improvisado y humilde escenario. Los cristianos conmemoramos todos los años ese particular nacimiento celebrando una gran fiesta que reúne regocijo y espiritualidad, por todo lo que representa Jesucristo en una religión que ha constituido la base sobre la cual reposan los cimientos de nuestra actual civilización europea.
Desde los pensadores clásicos griegos (Platón, Aristóteles), todos quienes han reflexionado sobre la función del Estado en el desarrollo de las colectividades humanas han acudido a la idea del “bien común”. El Estado, concebido como organización de personas y medios materiales que comparten territorio e instituciones de gobierno, aspira a mejorar la vida de sus integrantes consiguiendo “el bien” para todos ellos. Ya se entienda de una forma colectiva (como hicieron Hegel o Marx) o como la suma de muchos bienes individuales (como hacían Rousseau, Hayek o Adam Smith). Para eso surgieron los Estados, y para eso los mantenemos con nuestros impuestos. Aunque ya advertía Kant de que el Estado “nunca debe pretender usar a los hombres para alcanzar sus propias metas”.
Cuando a generaciones pasadas se nos educó en la contención, el estoicismo y la capacidad de soportar en silencio situaciones adversas, los jóvenes actuales se muestran mucho más propensos a exteriorizar sus sentimientos y a efectuar grandes renuncias ante distorsiones de tipo emocional. El ambiente hoy dominante y la propia educación contemporánea, que anteponen el cuidado de los sentimientos a la forja de un carácter recio, favorecen el afloramiento de problemas que antes se minimizaban, o que se ocultaban de la vista de todos para evitar un rechazo social. Si ser débil antes era un estigma, hoy mostrar las heridas en público supone un plus de respetabilidad.