Raymond Aron, gran estudioso de los totalitarismos, escribió que “en política no se elige entre el bien o el mal, sino entre lo pasable y lo detestable”. La expresión demuestra un pragmatismo evidente, aunque en la convulsa España de hoy a un buen número de ciudadanos nos resulta ciertamente difícil ubicar dónde está el límite de lo pasable.
Es un hecho acreditado que todas las fuerzas políticas engañan habitualmente a su electorado. Lo hace con descaro la izquierda, hoy en manos de alguien sin escrúpulos al que la hemeroteca destroza sin piedad, y que mantiene una relación inexistente con la verdad y la empatía. Pero las frecuentes mentiras de Sánchez encubren también engaños de más importante calado. Como demuestran a diario un montón de procedimientos judiciales, bajo un falso relato de progresismo y lucha contra los privilegios de la derecha el entorno presidencial exhibe los peores modos de una banda de vividores corrompidos, que nada más llegar al poder montaron ya una organización criminal para enriquecerse con las mascarillas de la pandemia mientras los españoles morían a puñados.
También engañan a sus electores los políticos nacionalistas, que actúan siempre a la contra con reclamaciones victimistas sin alcanzar nunca su objetivo final para no finiquitar el chollo del que viven. Sus reivindicaciones permanentes de mayores competencias hasta alcanzar la independencia son planificadas con habilidad, para que el proceso nunca se consume y el camino resulte fructífero e interminable. Así lo ha reconocido, en declaraciones recientes, hasta el propio inventor del mecanismo de chantaje, el Molt Honorable Jordi Pujol.
Otro engaño significativo a su electorado es el habitual de la derecha. Más grave que los anteriores, si cabe, porque reniega persistentemente de sus mejores ideas. Desde hace ya unas décadas, el PP siempre promete a sus votantes unas políticas que acaba incumpliendo por sistema. Recuerden cuando el ministro de Hacienda Cristóbal Montoro subió todos los impuestos que Mariano Rajoy había prometido bajar. Como ha escrito acertadamente en The Objective Jorge Vilches, “jugar a ganar el voto de centro-izquierda al PSOE es programar la derrota futura. Si el PP permite que la mentalidad dominante sea que lo natural es ser socialdemócrata, será siempre leal oposición… El miedo a la contundencia hace que la derecha pierda, por ejemplo, la frescura y el carácter rompedor del pensamiento conservador”. Algo que no entienden los líderes populares, empeñados siempre en ceder frente a sus duros contrincantes para evitar las acusaciones de “ultras” y la conflictividad social.
No ha ayudado mucho Vox al panorama político actual de las derechas. Sus constantes peleas internas y las purgas de sus mejores dirigentes les han hecho aparecer como el partido outsider convertido en brazo auxiliar de Sánchez. Llama mucho la atención la inquina hiperventilada que se muestran entre sí los dos partidos de derechas -bastante incomprensible para sus respectivos votantes- mientras sus dirigentes parecen incapaces -en especial los del PP- de marcar claro su territorio frente a las pretensiones de la izquierda y el nacionalismo, a las que siempre acaban cediendo para que no se les identifique con los “fachas”.
Esa obsesión por comprar el marco mental de la izquierda, y su incapacidad de mostrar valentía en defensa de sus principios -en Baleares tienen terror a plantar cara a la inmersión lingüística, al gasto público desmedido o a la falsaria memoria democrática-, hacen que los votantes liberal-conservadores se sientan realmente desamparados. ¿A quién hay que votar hoy en España para que, con contundencia pero sin demagogias populistas, se respeten en todo el Estado las Sentencias y la Constitución? Ahí radican, exactamente, los límites de la decepción.
P.D. Los electores de izquierda y los nacionalistas suelen respaldar a sus partidos como si fuera una religión. Mucho más críticos son los de derechas, que acostumbran a mostrar su desagrado quedándose en casa y no yendo a votar. El triste resultado de ello es que, votemos a quien votemos -con la única excepción, tal vez, del Madrid de Ayuso- estamos condenados a vivir en una socialdemocracia trufada de separatismo.
PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 30 DE DICIEMBRE DE 2024.
Por Álvaro Delgado Truyols
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