El blog de Álvaro Delgado Truyols

Los griegos y el mar

Dos percepciones sensoriales resumen de forma precisa los mejores ratos de ocio de mi vida ya veterana: el olor a hierba cortada bajo unas botas de tacos y el calor de un pantalán portuario en las plantas de mis pies descalzos. El fútbol y el mar, cada uno en diferentes momentos y con variados partícipes y acompañantes, constituyen parte esencial de mi memoria vital.

Sin abandonar del todo la práctica activa del balompié (no existe otro deporte igual para disfrutar), el inevitable paso de los años va decantando la balanza del ocio hacia la navegación, algo que parece obvio cuando uno -además de ser hijo de marino- ha nacido y se ha criado en territorio insular. Por ello, parte de las vacaciones de este año las he pasado navegando en Grecia, uno de esos paraísos naturales y culturales que el creador ideó para disfrute de los espíritus sensibles

La vieja Hellas, patria de filósofos inmortales, políticos inventores de la democracia y excelsos constructores de monumentos, ha sido siempre tierra de acogida para creadores fructíferos. Lord Byron, los hermanos Durrell, Patrick Leigh Fermor o Bruce Chatwin hicieron de sus costas y regiones fuente de inspiración literaria, y murieron todos fascinados por el magnetismo de las tierras y las gentes de un país inigualable. Los griegos constituyen un pueblo antiguo, sabio, apasionado y acogedor cuyo carácter, costumbres y gastronomía combinan, de forma armónica, elementos puramente mediterráneos con interesantes aportaciones orientales. Y han mostrado, desde siempre, una especialísima relación con el mar. Hecho que resulta inevitable en un pequeño país de 10 millones de habitantes que tiene 600 islas (menos de la mitad habitadas) y 15.000 kilómetros de costa (más del doble que España).

Parte de esa profunda relación con el mar deriva de los preceptos de la religión ortodoxa -mayoritaria todavía en el país- uno de cuyos mandamientos exige ubicar siempre a Dios en los mejores lugares posibles. Ello explica que iglesias, monasterios, oratorios y capillas estén habitualmente construidos en localizaciones maravillosas situadas junto a la costa.

Pero la vinculación del pueblo heleno con el mar no es solo religiosa, sino especialmente mundana. Los griegos, tanto insulares como continentales, tienen una habilidad innata para celebrar ágapes y montar terrazas en los lugares más sorprendentes: a la sombra de una parra, bajo el porche de una iglesia, en la arena de las playas (incluso las urbanas), sobre las rocas del puerto más concurrido… Terrazas que se instalan al atardecer -con los mayores lujos decorativos y luminosos- y luego desaparecen como por ensalmo finalizadas las cenas estivales.

Resulta habitual arribar por mar a cualquier puerto griego, aun de las zonas continentales más recónditas, pensando que todos los bares y restaurantes están cerrados y ver florecer de la nada fantásticas y acogedoras terrazas antes de la caída del sol. Los helenos hacen verdadera magia con la naturaleza y su creatividad, generando ambientes únicos que dejan impecablemente recogidos antes del nuevo amanecer.

La comparación con lo que sucede en España produce verdadera indignación. La creciente evolución estalinista de la normativa española de Costas, promulgada inicialmente en 1988, que con el pretexto de eliminar privilegios particulares y garantizar el dominio público acaba prohibiendo su uso y disfrute a todo el mundo, impide a los españoles disfrutar de muchas de las maravillas naturales que los griegos ofrecen generosamente. Sin daño alguno para su medio ambiente, pues todo es retirado, limpiado y mantenido antes del nacimiento del nuevo día. Qué impagable maravilla disfrutar de un país similar al nuestro donde impera la libertad, y donde la vida de los ciudadanos no está obsesivamente regulada.

PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 26 DE AGOSTO DE 2024.

Por Álvaro Delgado Truyols

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2 comentarios

  1. Miguel Arenas

    Totalmente de acuerdo y yo apuntaría que los helenos con mucho menos que nosotros son más felices

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