Lejos de las miserias políticas y sociales que nos salpican sin descanso, la noticia de estos días ha sido la retirada del tenista mallorquín Rafael Nadal, algo no por esperado menos sentido por quienes le hemos seguido apasionadamente -por televisión y algunas veces en directo- en estos más de veinte años de extraordinaria carrera deportiva.

Durante dos décadas irrepetibles han sido sobradamente comentados los méritos deportivos de Rafa Nadal. Poco hay que añadir al relato de su impresionante trayectoria de victorias en el mundo del tenis, pues será siempre recordado como uno de los más grandes campeones de la historia, seguramente el mejor en pistas de tierra batida. Otras vertientes sobresalientes de su personalidad han sido también glosadas por el gran público: su educación, su carisma y humildad, sus valores deportivos y personales, su resiliencia y capacidad de superación, su enorme respeto por sus rivales y por su propio deporte…

Pero hay algún aspecto concreto que, en la prolongada trayectoria deportiva de Rafael Nadal Parera, no ha sido en mi opinión suficientemente reconocido. Y es el haberse acostumbrado con naturalidad, y el habernos acostumbrado también a todos sus seguidores, a la rutina de la excelencia. Nada hay más complicado en el deporte profesional y, por extensión, en otras importantes actividades de la vida que llegar pronto a la cumbre y permanecer anclado a ella durante varias décadas. Desde fuera parece algo fácil, incluso muchas veces rutinario, pero es una hazaña que reviste un mérito indescriptible.

Ganar jugando a tenis un solo torneo de la ATP representa un enorme éxito para cualquiera de los millones de practicantes que este deporte tiene en todo el planeta. La mayoría de jugadores del mundo no son capaces de ganar ni los campeonatos organizados por su propio club. Conquistar 22 torneos de Grand Slam, 92 títulos de la ATP, 5 Copas Davis y 2 oros olímpicos solo está al alcance de los grandes elegidos. El problema de semejante barbaridad es acostumbrarse, y de paso acostumbrarnos a todos, a una rutina celestial que hace que eso parezca normal.

Es algo muy complicado en la vida, hablemos de la actividad que sea, alcanzar un éxito incontestable reconocido hasta por tus rivales. Pero resulta casi inhumano mantener durante veinte años el maravilloso nivel de la excelencia. Rafa Nadal ha sido capaz de ello bajo un esfuerzo titánico, padeciendo lesiones que hubieran retirado de la vida activa -no solo del deporte profesional- a cualquiera que no tuviera su carácter, y con tal demostración permanente de educación, valores y amor por su ciudad, su isla y su país (en tiempos en que eso parece algo pasado de moda) que merece honores imperecederos.

Lo que ha hecho Nadal por el deporte, por Manacor (el impacto económico y social de su Academia es impresionante), por Mallorca, por España y por enseñar al mundo las mejores virtudes del ser humano resulta difícil de superar. Espero que nuestros representantes públicos, frecuentemente timoratos y acomplejados, sepan reconocérselo como es debido.

PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 14 DE OCTUBRE DE 2024.

Por Álvaro Delgado Truyols