Cuando George Orwell escribió -en los años 40- su novela “1984” resultó ser un absoluto profeta. Su experiencia en la Guerra Civil española, contemplando el desbarajuste existente entre las facciones revolucionarias de izquierdas en Cataluña, le permitió conocer las ingentes mentiras que las partes de un conflicto suelen poner en circulación. Y creó una maravilla literaria, hasta tal punto que la gente habla ya de una “sociedad orwelliana” para definir aquella en la que se manipula la información y se practica la vigilancia masiva unida a la represión política y social.
Él mismo escribió, en su ensayo “Mi Guerra Civil española”, una explicación a sus preocupaciones por la deriva totalitaria de la política y de muchos medios de información: “Ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta nunca con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente. …En realidad vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas «líneas de partido». …Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer que incluso la idea de verdad objetiva está desapareciendo del mundo”.
Algunas de las claves de la siniestra sociedad distópica descrita por Orwell en “1984” eran la existencia de un “Ministerio de la Verdad” y la imposición de una “neolengua”, cuyos objetivos eran dominar el pensamiento de los ciudadanos y homogeneizar creencias para evitar ideas discrepantes. Les recuerdo que el gran escritor británico era un hombre de izquierdas, miembro destacado del laborismo inglés, y que luego -en “Rebelión en la Granja”– realizó otra crítica demoledora de las sociedades totalitarias que en su época instauraron el comunismo y el fascismo. Porque parecidas atrocidades cometieron los unos y los otros, aunque los primeros gocen hoy de muchísima mejor prensa. No obstante, Orwell fue en su tiempo perfectamente consciente de todo ello, y sus historias retrataron por igual a ambos bandos.
Parte de esa intención manipuladora subyace en las sucesivas Leyes de “Memoria Histórica” o “Memoria Democrática” impulsadas en España desde la etapa de Rodríguez Zapatero, que no son más que la intención de explicar el pasado como les gustaría que hubiera sido a algunos partidos concretos, cuyo papel en los verdaderos acontecimientos históricos fue bastante discutible. Con ello tratan de azuzar los odios del pasado para sacar el mejor partido de la polarización presente. Sin comprender que, en la realidad, no existen términos más antitéticos que “memoria” e “historia”: uno referido a los recuerdos individuales y el otro a los hechos colectivos.
La vida pública actual tiene mucho de “orwelliana”. Y no digamos ya el lenguaje habitual de la mayoría de nuestros políticos. El Gobierno de Pedro Sánchez se nos está revelando como un consumado especialista en propaganda, manipulación del mensaje y control de la información. Como ejemplo reciente, vean cómo nos están vendiendo haber “derogado” la reforma laboral de Mariano Rajoy cuando, en puridad, la han mantenido en sus puntos esenciales. Su “derogación” es realmente una leve reforma parcial, que afecta al papel de los sindicatos en la negociación colectiva y a la temporalidad de los contratos. Pero, como en sus mítines y en su programa electoral dijeron que la derogarían, oficialmente la han “derogado”. Y todos a tragar con ello, con la mayoría de medios de comunicación entusiasmados a la cabeza.
Hace mucho que la actividad política se convirtió en el mayor campo de pruebas para la desnaturalización del lenguaje. Llamar “partidos de progreso” sólo a los de izquierdas, “misiones de paz” al envío de tropas a un conflicto bélico, “daños colaterales” a la muerte de civiles inocentes, “desaceleración económica” a las consecuencias dramáticas de una crisis galopante, “reformas estructurales” a recortes brutales en los presupuestos de alguna Administración, o “derecho a decidir” a saltarse por las bravas todas las leyes vigentes son parte del lenguaje eufemístico de nuestros políticos actuales.
Por algo dijo Noam Chomsky que “la manipulación mediática hace más daño que la bomba atómica, porque destruye los cerebros”.
PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 14 DE FEBRERO DE 2022.
Por Álvaro Delgado Truyols
Deja una respuesta