“Este libro trata de lo que sucedió cuando sectores de las élites y las masas de gente normal y corriente decidieron renunciar en Alemania a sus facultades críticas individuales en favor de una política basada en la fe, la esperanza, el odio y una autoestima sentimental colectiva de su propia raza y nación… Se aborda en él el colapso moral progresivo y casi total de una sociedad industrial avanzada del corazón de Europa, muchos de cuyos ciudadanos abandonaron la carga de pensar por sí mismos, en favor de lo que George Orwell describió como el ritmo de “tamtam” de un tribalismo de nuestro tiempo. Depositaron su fe en malvados que prometían un gran salto hacia un futuro heroico, con soluciones violentas a los problemas locales y generales de la sociedad moderna de Alemania. Las consecuencias, para Alemania, Europa y el resto del mundo fueron catastróficas…”.   Así comienza la obra “El Tercer Reich. Una nueva historia” de Michael Burleigh, el análisis más completo y definitivo de la horrible tragedia nacionalsocialista que asoló Europa a comienzos del siglo XX, y que terminó en el desastre de la Segunda Guerra Mundial, con sus 50 millones de muertos.

Pero ese descriptivo texto, sustituyendo “Alemania” por “Cataluña” o “País Vasco” y “Europa” por “España”, constituye una radiografía fiel de lo que la irracional obcecación del nacionalismo identitario está originando en el mismo corazón del viejo continente. Las élites económicas y sociales y las masas de gente normal, abducidas por políticos irresponsables y un subvencionado manejo de la educación y de los medios de comunicación, caminan hacia la misma locura que generó, hace ahora un siglo, una catástrofe generalizada. Y todos parecen haber renunciado, en aras de la consecución de su obsesión tribal en un mundo crecientemente globalizado, a sus facultades críticas individuales y a la responsabilidad de pensar por sí mismos. La fanatizada sociedad nacionalista, que hoy aspira a tener más privilegios económicos, sociales y lingüísticos que el resto de los españoles -fraccionando la igualdad de derechos proclamada por nuestra Constitución- sufre como decía Burleigh un profundo “colapso moral”.

Que el nacionalismo excluyente constituye una de las plagas ideológicas más nocivas de la historia de la humanidad es una afirmación ampliamente contrastada. Ya el estadista francés Charles de Gaulle, líder de la resistencia francesa contra la Alemania nazi, dijo que “para el patriotismo lo primero es amar lo propio, para el nacionalismo es odiar lo ajeno”. Luego pensadores internacionales hoy clásicos como la alemana Hannah Arendt o el israelí Amos Oz, y afamados profesores contemporáneos como el francés Benoît Pellistrandi o el italiano Maurizio Viroli han escrito páginas estremecedoras sobre los peligros del tribalismo identitario.

En España, contrariando su vieja defensa de la igualdad y la solidaridad, se ha producido una identificación de la izquierda con los postulados separatistas. Aun así, conocidos autores de izquierdas como Félix Ovejero, han declarado que “de la misma manera que hemos derrotado al racismo y al sexismo hay que derrotar al nacionalismo, porque también persigue la discriminación. Ellos piensan: “Yo, porque creo ser distinto a ti, tengo derecho a limitar tus derechos”.… Toca desnudar ese pensamiento reaccionario superlativo que pretende justificar unos derechos especiales a partir de la identidad o la historia, como si fuera un régimen estamental”.

La valiente actriz donostiarra Marta Etura, entrevistada en el diario “El Mundo”, hizo un perfecto resumen de lo que ha representado el nacionalismo vasco radical: “He crecido en el País Vasco y sé lo que pasó. Mi padre era empresario y he vivido que se les metía en un zulo por no pagar un dinero que iba a convertirles en cómplices de un atentado. He vivido que se pegaba un tiro en la nuca por pensar distinto. Estoy absolutamente en contra de eso y de todo aquél que contribuyó a que sucediera. Yo y cualquiera con dos dedos de frente”.

Grandes personajes de la historia destacaron el extravío patológico que representa el nacionalismo exacerbado. Bernard-Henri Lévy dijo que “el problema del nacionalismo es que te vuelve idiota”. Manuel Azaña calificó en sus diarios al President separatista de la Generalitat Lluís Companys como “loco de atar”. Miguel de Unamuno escribió que “el nacionalismo es la chifladura de exaltados echados a perder por indigestiones de mala historia”. Y el humorista catalán Jaume Perich sentenció: “El nacionalismo es creer que el hombre desciende de distintos monos”.

Recordando el aniversario del desembarco aliado en las playas de Normandía, que comenzó la liberación de toda Europa del nazismo, Jorge Bustos escribió lo siguiente: “Desembarcaron en Normandía hace hoy 80 años para liberar a los europeos de la peste nacionalista, esa que en palabras de Zweig envenena la flor de la conciencia. Ganaron, a un alto precio. Pero la lucha contra el nacionalismo y su latente pulsión criminal es un castigo sisifeo que nunca se completa: cada generación lo hereda de las mentiras de sus padres, los peores se rinden y las abrazan, los mejores se resisten y las combaten”.

Esta ideología reaccionaria excita sentimientos identitarios apelando a la lengua, la historia o las tradiciones, aunque su defensa de lo propio acarrea patológicamente el desprecio y marginación de lo ajeno. Todo su andamiaje sentimental camufla la mundana condición del nacionalismo como mero instrumento de poder, que encubre codicia, insolidaridad y supremacismo bajo un seductor envoltorio de cultura. De la que se apropian, agitándola como bandera, como si fuera solo suya.

El pasado lunes, en Palma, Alejo Vidal-Quadras disertó sobre los problemas actuales de España, identificando básicamente dos: la errónea creencia de los partidos constitucionalistas de que se puede pactar con el nacionalismo, que al final acaba siempre demostrando su deslealtad; y nuestra fallida arquitectura institucional, que otorga un poder desmedido a la partitocracia, que acaba distorsionando la realidad democrática. A pregunta de quién aquí les escribe, contestó que el nacionalismo ha tenido en España la habilidad, por tener un pasado antifranquista, de mostrarse ante la opinión pública como una fuerza progresista. Cuando, en realidad, es la más reaccionaria de todas.

PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 23 DE DICIEMBRE DE 2024.

Por Álvaro Delgado Truyols