El académico y escritor francés Jean d’Omersson, partiendo de ideas que ya había expuesto la filósofa ruso-norteamericana Ayn Rand en su libro “La rebelión de Atlas”, inventó el término “l’ineptocracie” para referirse al sistema de gobierno en el que los menos preparados para gobernar son elegidos para hacerlo por los menos preparados para producir, quienes a su vez son regados con bienes y servicios pagados con los impuestos confiscatorios que se imponen a los que mejor producen y trabajan, que cada vez son menos. Todo ello forma una espiral diabólica en la que están inmersas nuestras sociedades occidentales, que se dirigen inexorablemente hacia un futuro colapso económico total. A ésto lleva el llamado “Estado del bienestar” en manos de unos ineptos a los que le importa un pimiento cuadrar las cuentas, pues sólo tienen que agradecer de forma cortoplacista a otros ineptos que les hayan colocado milagrosamente en el poder, pensando que el que venga detrás ya apechugará con el desastre económico que unos y otros van dejando.
La propia Ayn Rand lo había definido de forma bastante más cruda en su obra antes citada, precursora del objetivismo filosófico, en la que escribió textualmente: “Propones establecer un orden social basado en los siguientes términos: eres incompetente para manejar tu propia vida pero competente para manejar las vidas de otros. Eres inadecuado para existir en libertad pero adecuado para convertirte en un gobernante omnipotente. Eres incapaz de ganarte la vida mediante el uso de tu propia inteligencia pero capaz de juzgar a los políticos y elegirlos para puestos de poder absoluto sobre artes que nunca has visto, sobre ciencias que nunca has estudiado, sobre logros de los cuales no tienes conocimiento, sobre industrias gigantes en las que tú, por tu propia definición de tu capacidad, serías incapaz de realizar con éxito el trabajo de ayudante de engrasador”.
Descendiendo del mundo de las ideas a nuestra vida real, todos deberíamos preguntarnos: ¿Por qué todas las familias entienden que si uno de los miembros adultos de la misma ha perdido su trabajo o reducido sus ingresos la familia tiene que apretarse el cinturón? ¿Y por qué esto mismo parece no entenderlo casi nadie cuando nos referimos a un Ayuntamiento, a una Comunidad Autónoma o a un Gobierno estatal? El principio económico es el mismo: ninguna persona o entidad debe gastar más de lo que se ingresa, so pena de acabar de forma inevitable en la quiebra total. Pero cuando nos salimos del ámbito familiar, a muchos españoles todo esto les resulta casi imposible de entender. Los infames “recortes”, les llaman, como si nadie hubiéramos tenido que hacerlos en casa durante estos largos años de crisis económica que todos hemos padecido.
Unos de los más flagrantes ejemplos de ineptocracia que estamos viviendo en la actualidad mundial es el de Venezuela. ¿Cómo puede explicarse de una manera lógica que un país riquísimo en petróleo y demás recursos naturales, y situado en un lugar estratégico de América del Sur, esté en la absoluta bancarrota, sufra un infame desabastecimiento hasta de papel higiénico, pan y leche en los mercados, y tenga que comprar el combustible que ella misma produce a un país no productor como Cuba? En términos económicos su situación resulta realmente incomprensible. Por ello hay que buscar la explicación en su régimen político. Y la verdad es que cuando uno escucha perorar, aunque sea sólo un par de minutos, al conductor de autobús habitualmente vestido de chándal tricolor que los venezolanos tienen colocado -para su enorme desgracia- en la Presidencia de su Bolivariana República comienza a explicarse muchas cosas y a entender mejor el concepto que queremos desarrollar aquí. Un inepto de los pies a la cabeza, situado al mando de un ejército y de una policía represoras, sometiendo al pueblo bajo un régimen dictatorial que quiere modificar a su santa voluntad para perpetuarse en el poder. Ni da más de sí ni hay más que explicar. Lo que queramos añadir son fuegos de artificio, a los que son tan aficionados nuestros políticos de la izquierda radical.
Pero no es Venezuela, desafortunadamente, el único ejemplo de ineptocracia galopante que nos rodea. En España tenemos también ejemplos para dar y tomar. Sin necesidad de ir mucho más lejos, estamos viendo estos días en nuestra tierra y en las tierras aledañas a políticos que malgastan el dinero de todos nosotros en intentar independizarse por las bravas contando sólo con sus hooligans y no con los demás, o en tirar monumentos antiguos que la mayoría de la gente no quiere tirar (y a la que no preguntan para que no dé demasiado el cante), o en hacer leyes que no sirven para nada. ¿Por qué no tiramos también el Acueducto de Segovia, ya que fue construido por unos romanos genocidas que masacraron a los pobres iberos segovianos? ¿O por qué no tiran los franceses al Arco del Triunfo de París, mandado construir en su memoria por el matarife de Napoleón Bonaparte? Los recientes casos baleares de Sa Faixina, la ley de alquileres vacacionales -el propio Conseller de Turismo reconoció inmediatamente su inutilidad- o la ley que regula los toros a la balear son ejemplos palmarios de lo que pueden hacer unos verdaderos ineptos colocados en el lugar que deberían ocupar los mejores, porque hay otros ineptos que los han alzado al poder, aprovechando un sistema caduco que permite que se junte tanto lumbrera -con cuatro votos cada uno- para gobernar los dineros de todos por cachitos y de una forma vengativa, absurda y descoordinada. Deshaciendo obsesivamente todo lo que hicieron los anteriores en lugar de aprovechar lo bueno para construir sobre ello cosas mejores.
Nuestro sistema constitucional ha cumplido indiscutiblemente su función, pero da síntomas de estar realmente acabado. Y lo está por muchas razones, pero entre ellas descuella, sin duda, el no adoptar una segunda vuelta electoral que impida estos pactos políticos exclusivamente a la contra, que sólo tratan de deshacer compulsivamente lo anterior y de atacar a sus rivales para satisfacer obsesiones, rencores y ansias de venganza, aunque sea adoptando decisiones inútiles o que traspasan a plena conciencia la delgada línea del delito de prevaricación. Adoptadas simplemente para colgarse medallitas ante los colegas o para ganar 80 años después una guerra que realmente perdieron -seguramente por comportarse en los años 30 del siglo pasado de forma parecida a como se comportan ahora- y que a nadie importa de verdad porque casi ninguno la hemos vivido. Lo siento pero ésto no es gobernar un país moderno. Ésto es engañar a la gente para que crea que, de alguna manera, aunque sea de la forma más cutre imaginable, los suyos han llegado al poder. Poner al celador a celebrar operaciones cardiacas, al obrero a diseñar rascacielos, a la azafata a pilotar el avión o al carpintero metálico a presidir un Parlamento no hace mejor el sistema ni constituye un síntoma de sociedad más avanzada, ni de mayor democracia. Es descolocar porque sí el orden natural de las cosas a costa del dinero de todos y del futuro del país. Cada uno tiene que aportar al bien común en el lugar para el que más capacitado está. Todo lo demás es demostrar al mundo, groseramente y por megafonía, que unos ineptos también pueden llevar el timón del barco. Aunque lo hagan -como el inefable Capitán Schettino– mientras éste se hunde.
Por Álvaro Delgado Truyols
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