“El gatopardo”, la novela histórica de Giuseppe Tomasi di Lampedusa llevada al cine por Luchino Visconti -hoy recreada en una reciente serie de Netflix– demuestra cómo, en el mundo de la política y las luchas de poder, “es necesario que todo cambie para que todo siga como está”. Esa es la famosa frase que Tancredi Falconeri -el sobrino revolucionario unido a las fuerzas de Garibaldi– le espeta a su tío Fabrizio Corbera -príncipe de Salina y viejo representante de la aristocracia siciliana- en uno de los momentos álgidos de la historia.

Esa mítica frase dio lugar a una expresión usada en política, el “gatopardismo”, referida a la paradoja que subyace en la mayoría de alzamientos populares y movimientos revolucionarios, cuyo resultado suele ser la sustitución de una oligarquía gobernante por otra, pero nunca el acceso del “pueblo” al poder. Así sucedió con la revolución de Garibaldi que, con la excusa de la unificación italiana y tras un montón de víctimas causadas por el camino, no hizo más que sustituir la vieja aristocracia que sustentaba a los Borbones por una nueva burguesía apoyada en la Casa de Saboya. Una casta cerrada sustituyó a otra, y el pueblo continuó estando a dos velas.

Algo parecido ha sucedido siempre en la inmensa mayoría de revoluciones que invocaron al “pueblo” como eje esencial de su violenta actuación. Con la excepción de las revoluciones francesa y norteamericana, que sí acabaron implantando un sistema republicano verdaderamente democrático (la segunda bastante antes que la primera), las llamadas revoluciones “populares” no hicieron más que sustituir una casta gobernante por otra que acaparó rápidamente el poder. Así sucedió en la revolución rusa, donde la vieja corte aristocrática que sostenía al zar Nicolás II fue rápidamente sustituida por el nuevo politburó comunista que rodeaba herméticamente a Lenin y a Stalin, sin que el pobre pueblo ruso -tras 50 millones de muertos- saliera de la miseria. Lo mismo en la revolución china donde, tras 70 millones de víctimas, la “corte roja” de Mao Zedong ocupó rápidamente el lugar de la vieja nobleza imperial, sin que 76 años después hayan abandonado aun el poder (hoy bajo el curioso “comunismo capitalista” patentado por Xi Jinping).

Qué decirles de nuestra fracasada Segunda República. Con la excusa de la abolición de los viejos privilegios de la Monarquía, la Iglesia y la aristocracia, accedió al poder en España una élite revolucionaria burguesa, formada en su mayor parte por intelectuales e hijos de los viejos monárquicos, que exhibían “inquietudes republicanas”. Todos acabaron monopolizando el poder y excluyendo violentamente de él a quienes no consideraban “buenos republicanos”. Y luego, consumada la tragedia de la guerra civil, huyeron en manada al exilio iberoamericano tras dejar en los campos de batalla de nuestra contienda fratricida más de un millón de muertos, en su mayoría procedentes de las clases más populares.

La famosa novela de Lampedusa fue criticada en Italia por reaccionaria, pero especialmente porque llevaba razón. Por ello, los simpatizantes de la izquierda radical deberían hacerse adultos de una vez. Votar a sus actuales partidos solo implica sustituir una oligarquía por otra que pretende ser como ella: los mandamases de Podemos, una banda de salidos y codiciosos que únicamente aspiran al éxito faldero e inmobiliario que jamás disfrutaron por sus méritos; o los dirigentes sanchistas, una tropa de vividores, comisionistas y puteros que piensan que ahora les toca forrarse a ellos, a sus amiguitas y a sus familiares. Desengáñense todos, por favor. Lo que aquí les estoy contando está largamente escrito en la historia. Ese pueblo que siempre dicen defender al final nunca gobierna.

PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 14 DE ABRIL DE 2025.

Por Álvaro Delgado Truyols