Acontecimientos recientes como el esperpéntico caso Rubiales han puesto de relieve la importancia de guardar las formas. El deterioro del respeto, la educación y el comportamiento que muestran, en los últimos tiempos, bastantes de nuestros representantes públicos no puede justificarse por su ideología, su origen familiar o la exhibición de sus emociones. Y crea, además, problemas que un mayor cuidado de su comportamiento público contribuiría eficazmente a evitar.

La forma de comportarse en público no es algo baladí. El patético engorilamiento de Rubiales en la final del Mundial femenino, tocándose los genitales junto a la Reina, repartiendo achuchones como un poseso y portando a una futbolista sobre su hombro -como un troglodita camino de su cueva-, refleja lo que jamás debería hacer alguien que desempeña un cargo público.

Cuando alguien ejerce una representación pública se le paga, entre otras cosas, para que cuide su imagen y sus expresiones y para que controle sus sentimientos. Saber mantener la compostura en cualquier circunstancia, incluyendo las alegrías y las penas, es lo mínimo que debe exigirse a quien ejerce la representación de un colectivo. Porque las incorrecciones o groserías verbales, indumentarias, gestuales o emocionales no sólo retratan a la persona sino también al colectivo representado.

Un correcto uso del lenguaje resulta ser algo esencial. La primera reacción de Rubiales -en entrevista radiofónica con Juanma Castaño, llamando “idiotas” o “tontos del culo” en tono macarrónico a quienes criticaron su beso a Jenni Hermoso– supuso el primer clavo en su luego muy concurrido ataúd. De haberse mostrado humilde, prudente o conciliador su linchamiento mediático y político no hubiera llegado tan lejos.

Otro elemento imprescindible es cuidar el aspecto personal, utilizando siempre la vestimenta adecuada. La elegancia verdadera no es vestir de Prada o de Chanel, sino aparecer en público de forma apropiada para la actividad que cada uno desempeña, cosa que muchas marcas comerciales permiten actualmente conseguir al alcance de cualquier bolsillo. Constituye un gravísimo error -y una muestra de aldeanismo vergonzante- entender la vestimenta como algo regido exclusivamente por la comodidad, o como una reivindicación de la extracción social o los planteamientos ideológicos. El correcto uso de la indumentaria es parte de la educación y del ejercicio adecuado de cualquier profesión o cargo público, constituyendo la mayor muestra de respeto hacia las personas que atendemos o a quienes tenemos que representar.

Acudir en chanclas y bermudas a una sesión parlamentaria, o despeinada, en camiseta o vestida de mercadillo al Congreso o al Palacio de la Zarzuela -siendo la tercera autoridad del Estado- no demuestra autenticidad, personalidad o compromiso político. Sólo mal gusto y una mejorable educación. Los representantes públicos jamás deben vestirse atendiendo a su comodidad o reivindicaciones personales, sino con respeto a los ciudadanos que les pagan. Quienes cobran del erario cientos de miles de euros deben destinar una parte a presentarse adecuadamente.

Indumentaria, lenguaje y respeto nada tienen que ver con la ideología. Ser zafio, grosero o desaliñado jamás supone representar al pueblo. Es quedar como un cateto y representarlo mal.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 04 DE SEPTIEMBRE DE 2023.

Por Álvaro Delgado Truyols