Toda organización humana necesita personas que den la cara y otras que trabajen discretamente en la sombra. Unas que enluzcan la fachada y otras que se encarguen de la fontanería. La vida está trufada de zares elegantemente vestidos respaldados por barbudos rasputines ocultos en la antecámara, ambos desempeñando papeles imprescindibles y complementarios.
A lo largo de los siglos -en la trastienda de la historia- han existido rasputines de diferentes clases. Y el nivel de cada uno ha reflejado fielmente la exacta medida de su zar. Mientras los líderes reconocidos acostumbraban a elegir excelentes consejeros, como Caterina Sforza y César Borgia con Nicolas Maquiavelo, o Luis XIII de Francia con el Cardenal Richelieu, los mediocres y acomplejados suelen elegir perfiles impresentables. Como ha ocurrido con Pablo Casado en el Partido Popular eligiendo al torpe de Don Aceituno.
Trabajar en las tripas profundas de cualquier gran institución no supone regalar reverencias, ni entretener el tiempo con exquisiteces de salón. A menudo toca arremangarse, bajar al barro y tomar decisiones desagradables. Para que todo funcione correctamente, se precisa talento, altura de miras y actuar siempre por el bien de la organización. Cuando se anteponen intereses personales u objetivos bastardos a los generales del colectivo y, sobre todo, cuando los peculiares métodos empleados se asemejan más a hilarantes escenas de Santiago Segura que a la excelsa biografía de Henry Kissinger, se traspasa la delicada frontera que separa lo maquiavélico de lo torrentiano.
Un tipo cuyas hazañas vitales más conocidas consisten en conspirar -sin descanso- chapuzas en la sombra, o escupir huesos de aceituna más lejos que sus paisanos, es que anda bastante justito de talento. Si, además, dispara al enemigo con escopetas de feria mientras acuchilla en retaguardia a sus mejores soldados es que la guerra la entiende del revés. Aunque sea para que a su general se le olviden -por un rato- lo mellado de su espada y sus limitantes complejos.
Pablo Casado reconoció personalmente a Cayetana Álvarez de Toledo que había entregado todo el poder en el PP a Teodoro Garcia Egea. Y cometió con esa entrega el gran error de su vida. Por cobarde, envidioso, acomplejado o simplemente estúpido, el palentino puso una de las dos organizaciones políticas más importantes de España en manos de un torpe macarra de trazo grueso. Que encima se vino arriba, pintando con tinta indeleble el más fiel retrato de la pavorosa mediocridad de ambos dirigentes. Error que hoy los dos deberían pagar muy caro.
Si el PP hubiera puesto siempre el listón de lo ético en el rigor que ha exigido al hermano de Ayuso, que llevaba más de 15 años importando de China material sanitario, nunca hubiera existido un tipejo como Luis Bárcenas. Y si empleara parecido celo vigilando las maniobras del marido de Nadia Calviño, de la pareja de Ada Colau, del novio de Dolores Delgado o del ex de Mónica Oltra, bastante se lo agradecerían unos cuantos millones de españoles.
Recordemos que, en los peores momentos de la pandemia, todo el mundo se aceleró tratando de conseguir productos que escaseaban. Y que en Mallorca se publicó que un conocido abogado -antiguo candidato municipal del PSOE- había cobrado una jugosa comisión por facilitar mascarillas de China al Govern de Francina Armengol. Cada uno recurrió, en aquellos complejos instantes, a quien buenamente pudo. Y tampoco resulta exigible que todos los familiares o allegados de políticos dejen de hacer -de repente- su trabajo habitual. Siempre que cumplan escrupulosamente con los requisitos administrativos y tributarios legalmente exigidos.
Todo apunta -en este caso- a que el motivo de la extemporánea denuncia contra Isabel Díaz Ayuso no era un digno ataque de ética política, ni siquiera un repentino escrúpulo moral. Más bien sospechen ustedes del pavoroso pánico de Casado -y de su chulesco esbirro Don Aceituno– frente a la rival interna que, con incomparable popularidad, amenaza hoy su endeble liderazgo.
No descarten del todo tampoco un subterráneo Juego de Tronos entre el siniestro lanzador de aceitunas y el virrey de la Puerta del Sol. Ese Miguel Ángel Rodríguez que se ha propuesto hacer de su Isabel la mujer más importante de la política española, y que muy pocos hoy dudan de que lo vaya a conseguir.
En cualquier caso, el acomplejado Casado y Egea El Aceituno deberían marcharse a casa. Más pronto que tarde. En ellos ya nadie confía. Como de las peores crisis suelen surgir siempre las mejores oportunidades, si Alberto Núñez Feijóo se decide a purgar su pecado original -él debería ocupar desde 2018 el sillón de Casado- y acuerda formar un inteligente tándem con Isabel I de Madrid, ambos le pueden aguar la fiesta al hoy risueño Pedro Sánchez. Ese que acaricia un gato desde que las navajas vuelan por los pasillos de Génova 13 con ladinas informaciones largadas por él.
PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN OKBALEARES EL 21 DE FEBRERO DE 2022.
Por Álvaro Delgado Truyols
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