Usted piensa que lleva años votando a la izquierda o a la derecha de toda la vida ¿verdad? Pues no es cierto. Aunque ante sus narices sigan agitando las viejas banderas -como barras bravas de los equipos de fútbol- la izquierda y la derecha clásicas ya no existen. No será consciente de ello, pero hoy está apoyando con su voto ideas muy diferentes a aquellas en las que siempre creyó. Lo piense o no, le han pegado un gran cambiazo.
Las ideas socialistas de Marx y Engels, puestas luego en práctica en muchas partes del mundo, tuvieron un sustrato ideológico muy definido: defensa de la igualdad de los ciudadanos, lucha contra los abusos de las viejas oligarquías, abolición de privilegios o discriminaciones sociales, y solidaridad entre la clase trabajadora. Pero en el socialismo actual ya no queda nada de esa doctrina. El triunfo de los planteamientos socialdemócratas producido en el siglo XX, con la adopción de la defensa del Estado del bienestar por parte de la democracia cristiana y otras opciones políticas -como ha reconocido recientemente el ex Director de El País Juan Luis Cebrián– causó un profundo cambio estratégico en el socialismo moderno.
Perdida la batalla de la socialdemocracia y del izquierdismo moderado, tras mimetizar los rivales sus mejores ideas, los socialistas vaciaron su zurrón de las antiguas doctrinas igualitarias para adoptar otras nuevas. Y así el guerracivilismo, el separatismo supremacista, el feminismo radical, el animalismo, el islamismo, el indigenismo, y las más variadas políticas identitarias -o defensoras de minorías supuestamente ofendidas- han pasado a invadir el lugar que antes ocuparon la defensa de la igualdad y la solidaridad entre todos los ciudadanos del mundo.
Esa llamativa sustitución del universalismo por lo particular ha causado perplejidad entre simpatizantes tradicionales, ya que postulados como los defendidos por los nacionalistas -apoyados por el socialismo español en nuestras Comunidades Autónomas (Cataluña, País Vasco, Galicia, Navarra, Valencia, Baleares…)- avalan justamente lo contrario de lo que sostenía el socialismo clásico: diferencias entre ciudadanos, reconocimiento de privilegios fiscales y económicos a élites territoriales, defensa de viejas oligarquías dominantes, discriminaciones por razones de lengua, marginación de quienes no comulgan con la doctrina imperante, y profundización en una creciente fractura social.
Por ello, el socialismo actual ha dejado de ofrecer unos principios ideológicos claramente identificables, y ha cambiado su estrategia política para pasar a jugar a la contra. Al mezclarse con otras doctrinas con las que tenía poco en común, de esa combinación prevalece el nexo de unión entre todas ellas: una lucha descarnada contra el capitalismo liberal. Y así el moderno socialismo se ha convertido -por pura conveniencia- en una anti-ideología. La ideología antiliberal.
El centro-derecha está sufriendo también una peculiar evolución. Constreñido en su antaño amplio espectro ideológico por la aparición de partidos como Vox o Ciudadanos, avergonzado sorprendentemente de defender sus postulados clásicos (recuerden el Congreso de Valencia del PP en 2008, donde Mariano Rajoy dijo proféticamente: “quien se sienta liberal o conservador, que se vaya al partido liberal o conservador”; y la gente le hizo caso), y cada vez más pendiente de lo que opinen de ellos sus rivales políticos y mediáticos, está evolucionando hacia un proyecto político gerencial e ideológicamente irreconocible.
Explicaba recientemente Quintana Paz que la derecha española -a diferencia de la anglosajona (que por eso triunfa)- cree que la acabarán votando sólo por ser “buenos gestores”. Y añadía que nadie te verá nunca como un “buen gestor” si dejas que la izquierda marque la mentalidad de la gente acerca de lo que significa “gestionar”. Concluía que el centro-derecha debería imitar a la izquierda en su actuación pública y su comportamiento mediático: la izquierda atiende -e incluso “mima”- toda producción de ideas izquierdistas; la derecha parece avergonzarse de las propias y pretende reciclar las ajenas. Ahí encajaba el éxito de Vox, diciendo que eran los únicos que prestaban atención a las ideas que hoy mueven el mundo, aunque no coincidiera con sus diagnósticos y soluciones.
Una visión opuesta de la deriva del centro-derecha español la daba recientemente Carmen Martínez Castro, antigua Jefa de Gabinete del Presidente Rajoy, en un interesante artículo publicado en El Mundo titulado “La derecha en el diván”. Martínez Castro reivindicaba una derecha utilitarista y pragmática “que no necesita de la ideología para saber cuál es su lugar en el mundo”. Y, además, una manera de estar en política menos retórica y más humilde –“menos leer a Popper y más a Oakeshott”– eligiendo un candidato con la utilidad de un moderado imperfecto, como lo ha sido Biden en los Estados Unidos para aglutinar todos los votos de rechazo a Trump.
Toda esa curiosa evolución ideológica en izquierda y derecha debería llamarnos la atención. Para asimilar semejante transformación -en uno y otro lado- y dejar de adscribirnos mentalmente a nuestra tendencia política habitual sólo por costumbre, tradición o sentimientos. La política actual no es equiparable a un Madrid-Barça o a un Mallorca-At. Baleares, enfrentamientos en los que todo el mundo tiene muy claro -casi desde la cuna- cuáles son sus preferencias. En materia ideológica, en el siglo XXI nos están dando un gran cambiazo. Todos han sustituido el producto original por otro diferente, manteniendo sibilinamente sus exitosas marcas.
En resumen, en una época zarandeada por el populismo, la izquierda ha sustituido su ideología igualitaria por otra identitaria, y la derecha -teniendo la suya demonizada- la ha sustituido por pura gestión económica. ¿Les convence este gran cambiazo? Sabemos que a algunos personajes destacados no les convence en absoluto: González, Guerra, Aznar, Álvarez de Toledo… Pueden amigos, si lo desean, pensar que siguen jugando el viejo partido. Pero sepan que les han sustituido los Clubes y los jugadores manteniendo -para despistar- las bufandas y los colores de las camisetas. Procede recordar aquí al gran Presidente Ronald Reagan, cuando dijo: “Nos han dicho que debemos escoger entre izquierda y derecha, pero creo que sólo existe arriba y abajo. Arriba está el sueño del hombre de la máxima libertad individual posible, manteniendo el orden, y abajo el hormiguero del totalitarismo”.
Por Álvaro Delgado Truyols
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