Hoy les propongo hacer un poco de política ficción. Espero que me disculpen este sorprendente cambio de juego, pero creo que el momento en que me leen y los acontecimientos cuyo aniversario hemos conmemorado esta pasada semana merecen una reflexión algo diferente a las que habitualmente suelo brindarles.
Imaginen ustedes que hace 25 años, en un pueblo de la part forana de Mallorca -Lloret de Vistalegre, pongamos por caso- un comando terrorista de fanáticos ultras hubiera secuestrado a un concejal de un partido de la izquierda independentista y, tras intentar chantajear públicamente al Govern pidiendo la total erradicación del catalán barceloní de la enseñanza balear, transcurridos unos días le descerrajaran dos tiros abandonando su cadáver maniatado en un sembrat de la carretera de Sineu.
Continúen por favor imaginando que, tras detener y encarcelar en su día a esos crueles terroristas, en el momento presente gobernara nuestra Comunidad Autónoma una coalición de varios partidos en la que tuviera un papel relevante -ostentando cinco diputados en el Parlament– un grupo político en el que estuvieran integrados todos los viejos compañeros de filas de los asesinos del concejal, bastantes de ellos tras haber abandonado la lucha armada.
Y supongan, además, que nuestro actual sistema político y educativo, condicionado por la normativa dictada por esa peculiar coalición gobernante, se dedicara a blanquear y homenajear a aquellos asesinos en los diferentes pueblos de Mallorca. Y también a ensalzar entre los jóvenes estudiantes el movimiento terrorista del cual formaron parte en su día, definiéndolos públicamente como “héroes” de la patria mallorquina.
Ahora les pregunto yo algunas cosas. ¿Qué pensaría de todo ello la opinión pública balear? ¿Cómo contarían esta situación nuestros diferentes medios de comunicación? ¿Qué calificativos se emplearían por la izquierda y el nacionalismo actuales para definir a la coalición gobernante? Les aseguro que “nazis” sería uno de los más suaves de los muchos empleados. Y, además, con toda la razón.
Hagamos traslación mental de lo anterior a lo sucedido hace 25 años en Ermua, y a la evolución posterior de los acontecimientos en el País Vasco. Cierto que ETA ya ha desaparecido como grupo terrorista, cosa de la que todos hoy debemos congratularnos. Pero no ha decaído el apoyo en la sociedad vasca hacia lo que la banda representaba, gracias a políticos infames que edulcoran su terrible trayectoria con el objetivo de mantenerse en el poder.
Cuando un fanático descerebrado llamado Francisco Javier García (al que, con ese españolazo nombre, algunos tarados como él le hicieron creerse gudari poniéndole el apodo de Txapote) disparó dos tiros en la cabeza de un maniatado y arrodillado concejal de Ermua llamado Miguel Ángel Blanco se creó un muro infranqueable en la población española entre la democracia y la barbarie. Muro que ya existía desde el nacimiento de ETA, pero que jamás había hecho reaccionar de forma tan masiva a una inmensa mayoría de nuestra sociedad.
Desde entonces, muchas cosas han sucedido. La más importante, que un miserable político sin escrúpulos, a quienes sus ideas -si es que las tiene- no le fueron suficientes para gobernar (lo hace como un déspota con sólo 120 escaños), decidió alcanzar el poder apoyándose en todo lo situado a la izquierda de su partido, incluso traspasando las peligrosas líneas rojas que nadie antes quiso cruzar.
Y eso que había dicho a los incautos que le votaron -por activa y por pasiva- que “yo nunca voy a pactar con Bildu. Si quiere, se lo repito cinco o veinte veces”. Pero, tras calcular que sin los sucesores de los terroristas no le salían las cuentas, cuando tuvo que elegir entre vergüenza o poltrona, de cabeza se lanzó al sillón. Y de aquellos viejos polvos vienen los actuales lodos, con un Presidente tan cínico e incoherente que acude en Ermua al homenaje a Miguel Ángel Blanco mientras pacta simultáneamente que los herederos políticos de sus asesinos sean quienes nos dicten a todos los españoles nuestra nueva “Memoria democrática”.
Todos los ciudadanos deberíamos hacer un esfuerzo para rememorar y mantener el llamado Espíritu de Ermua que, a raíz del asesinato del joven concejal de dicha localidad, puso de manifiesto -en forma masiva- la repulsa general de los partidos políticos y los movimientos sociales a los asesinatos etarras y a quienes apoyaban la violencia terrorista. Hasta el ex Lehendakari Carlos Garaikoetxea se sorprendió en aquellos días de la casi unánime reacción de la sociedad española y vasca diciendo “como no lo paremos, esto va a generar una ola de españolismo que nos llevará por delante”.
Sin pretender desatar actualmente olas de ningún tipo, nunca deberíamos olvidar -reflexionando sobre la imaginaria historia que les he contado al comienzo de esta columna- que en lugar del Espíritu de Ermua hoy podríamos estar hablando del Espíritu de Lloret. Tal vez entonces algunos lo entenderían bastante mejor.
PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 18 DE JULIO DE 2022.
Por Álvaro Delgado Truyols
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