El camarada Pablo Iglesias, exhausto tras ejercer como Vicepresidente del Gobierno durante catorce meses agotadores, ha decidido retirarse a hacer aquello por lo que suspira todo buen dirigente comunista. No trabajar, darle al pico y forrarse, en este caso pontificando en los medios de comunicación que ha puesto a su disposición su millonario amigo Jaume Roures.

Hace escasas fechas, Iglesias, con su actual look neoburgués, concedió una entrevista al programa argentino de YouTube “La Pizarra” en la que habló sobre su carrera política y también sobre su vida personal. De ella, lo que más ha trascendido en España ha sido una sonora frase -recogida por innumerables artículos de prensa- en la que dijo: “a mí siempre la ultraderecha me ha atribuido ser como muy ligón, pero si soy un monje de clausura! Qué enorme injusticia! Que a mí se me haya construido ese mito me hace gracia. Yo que cumplo el sexto mandamiento a rajatabla”.

Aunque no alcanzo a comprender qué tiene que ver llamar a alguien ligón con ser fan de la “ultraderecha” (menuda obsesión enfermiza demuestra esta gente calificando así todo lo que no les gusta, como pudimos comprobar con la reciente protesta de los transportistas) mucho más interesante resultó para mí otra frase pronunciada en la misma entrevista. Tras preguntarle: “¿Qué le ha dicho su entorno de su cambio de vida?”, Iglesias contestó lo siguiente: “en el campo progresista recibo mucho cariño (me dicen que vuelva, otros que he hecho bien…), pero en el campo cultural de la derecha hay odio, un odio que si se pudiera traducir en un exterminio físico se traduciría en ello”.

Llama ciertamente la atención que un tipo que resucitó hasta límites insospechados la lucha de clases en la política española (contra la famosa “casta”), que declaró en el programa “La Tuerka” del 28 de septiembre de 2012 que “se emocionaba viendo a un grupo de manifestantes pateando en el suelo la cabeza de un policía”, y que ha hecho de alentar el odio sectario entre españoles -enterrado por la Transición hacía cuatro décadas- su principal arma política se nos muestre ahora tan alarmista y pusilánime.

Wenceslao Fernández Flórez (1885-1964) fue un famoso escritor y periodista español (Premio Nacional de Literatura en 1926) que trabajó durante la Segunda República como cronista parlamentario del diario ABC. Sus irónicas crónicas, aderezadas con su peculiar humor gallego, estaban entre las más leídas de la España de los años 30. El estallido de la Guerra Civil, el 18 de julio de 1936, sorprendió a Fernández Flórez en Madrid, donde desempeñaba su trabajo periodístico. Y, dada su condición de columnista de un periódico de la derecha monárquica, tuvo que padecer una brutal experiencia que fue recogiendo al detalle en un libro autobiográfico. El libro fue publicado en Lisboa -en portugués- en 1938, bajo el título “O Terror Vermelho” (El Terror Rojo), y ha permanecido inédito en España durante más de 80 años. Hasta que, en 2021, una valiente editorial –Ediciones 98– lo ha publicado en español por primera vez.

Fernández Flórez vivió en Madrid una salvaje persecución por su mera condición de periodista del diario ABC. Milicianos armados fueron a buscarle a su domicilio con intención de asesinarle, y el escritor tuvo que emprender una angustiosa huida de casa en casa, escondiéndose primero en la vivienda de un diplomático portugués, y luego en pequeños habitáculos que algunos buenos amigos iban poniendo a su disposición, siempre en la clandestinidad. La capital del supuestamente democrático Gobierno de la República, mientras la guerra se desarrollaba a centenares de kilómetros de distancia, era descrita por él así desde sus variopintos escondrijos: “Estábamos a 5 de agosto (de 1936). El número de asesinos crecía en Madrid. La garra del terror tenía ya sus uñas clavadas en el corazón de todas y cada una de las personas honradas de la capital. En el encinar de El Pardo, en la Casa de Campo, en la pradera del Corregidor, junto a los muros de la plaza de toros, en el Parque del Oeste, en las propias calles de la ciudad, cada amanecer descubría cadáveres y cadáveres…”. Y también así: “Las ideas eran rusas, los juicios eran rusos; rusos eran los hombres llegados para dirigir hasta las matanzas; rusas las armas, rusas las conservas que, al principio, entregaron al pueblo, rusos los nombres que se invocaban, las denominaciones de las brigadas, los originales de los grandes retratos que presidían los comicios y las deliberaciones”.

En julio de 1937, un año después de estallada la Guerra Civil, Wenceslao Fernández Flórez consiguió milagrosamente salir de España. Lúcido, sano y a salvo. Recomiendo encarecidamente a nuestros paladines de la actual “Memoria democrática” -entre ellos al camarada Iglesias, tan preocupado él por su supuesto “exterminio físico”– que lean “El terror rojo”. Nunca nada les debería parecer igual.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 11 DE ABRIL DE 2022.

Por Álvaro Delgado Truyols