Parece que la inmensidad de Madrid y el vértigo originado por las altas instituciones del Estado están convirtiendo en Cenicienta a nuestra vieja Princesa Armengol, ese ensalzado “animal político” que gobernó con actitud sectaria y desbordante incienso mediático las dos legislaturas pasadas en Baleares. Pocos podrán discutir que su gestión en la presidencia del Congreso de los Diputados esté resultando triste y desafortunada, tanto si atendemos a su labor institucional como a sus pobres demostraciones de empaque, preparación para el cargo y categoría personal e intelectual.
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La aventura de Pedro Sánchez como Presidente del Gobierno comenzó con un par de golpes de suerte, su inesperada victoria en las primarias del PSOE tras recorrerse España con un Peugeot 407 y la exitosa moción de censura contra Rajoy arrejuntando cualquier voto que no fuera del PP, pero va consolidándose en el tiempo como un proyecto a largo plazo que pretende establecer un nuevo poder constituyente, arramblando el régimen constitucional que conocemos desde 1978.
La argumentación maniquea con la que algunos políticos españoles pretenden que tomemos partido en la guerra entre Israel y Palestina nos retrotrae a la época del instituto o a las ruidosas asambleas de facultad. La podemita Ione Belarra, Ministra del Gobierno de España, se ha colocado una kufiya palestina sobre su destartalada cabeza juvenil -tal como hacía en su época de la “uni”– y ha largado por esa boca algunas simplezas pavorosas sobre un conflicto complejo que lleva siglos azotando el territorio donde nacieron las más antiguas civilizaciones de la humanidad.
En su desbordante afán por alfombrar con pétalos el camino de espinas que le espera a Pedro Sánchez para ser investido como Presidente del Gobierno, el periodista de “El País” Xavier Vidal-Folch, en un obsecuente artículo publicado el pasado 5 de octubre, sostenía que 22 sentencias antiguas de nuestro Tribunal Constitucional permiten y respaldan la amnistía que se está negociando para los políticos catalanes condenados por los numerosos delitos del procés.
Esa tergiversación del lenguaje tan característica del relato político actual lleva décadas practicándose en algunos territorios españoles periféricos. Los habitantes fronterizos del imperialismo catalanista conocemos bien sus contorsiones terminológicas, cuyo uso subvencionado expanden generosamente por sus anhelados territorios vecinos. Así sucede en Valencia, parte de Aragón o las Islas Baleares.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se dirigieron varias veces a la oposición, en las sesiones parlamentarias de estos últimos años, utilizando una misma frase lapidaria: “ustedes nunca volverán a gobernar”. Y no se trataba de un farol chulesco ni de un calentón surgido en el fragor del debate parlamentario. Esa malévola sentencia revela una pulsión histórica de la izquierda española, resucitada en nuestra política desde el Pacto del Tinell -suscrito en el 2003 en Cataluña por el PSC, ERC e ICV-, de excluir a la derecha del poder.
Quienes estudiaron la Biblia recordarán que el libro del Génesis narra la casi extinción de la humanidad debida al diluvio universal, habiéndose salvado algunos animales y seres humanos utilizando el Arca de Noé. Los descendientes de esos supervivientes decidieron construir, en la llanura de Babel, una torre tan alta que llegara al cielo, pero Dios castigó su soberbia haciéndoles hablar diferentes lenguas para que, imposibilitando su comunicación, abandonaran la construcción y se diseminaran por la Tierra.
En uno de los episodios iniciales de la primera parte del Quijote, su protagonista Alonso Quijano regresa apaleado a su aldea tras una inaugural salida frustrante como caballero andante, en la que se enfrentó a un grupo de comerciantes a quienes exigía declarar que su dama era la más bella del mundo sin haberla visto jamás. Viendo el descorazonador resultado de esa primera expedición caballeresca, su sobrina y el ama de la casa piden al cura y al barbero que quemen los libros de la biblioteca, a los que achacan haber secado el cerebro del hidalgo de la triste figura.
“Hola, soy el Señor Lobo, soluciono problemas” era la frase de presentación de un elegante personaje, interpretado por Harvey Keitel, en la exitosa película “Pulp Fiction” de Quentin Tarantino. Señor Lobo era un tipo eficiente que eliminaba pruebas y dejaba impolutos escenarios de crímenes (por ejemplo, sangre y trozos de cerebro esparcidos por la tapicería de un coche) cuando a los protagonistas de la historia se les calentaba de más el gatillo.
Acontecimientos recientes como el esperpéntico caso Rubiales han puesto de relieve la importancia de guardar las formas. El deterioro del respeto, la educación y el comportamiento que muestran, en los últimos tiempos, bastantes de nuestros representantes públicos no puede justificarse por su ideología, su origen familiar o la exhibición de sus emociones. Y crea, además, problemas que un mayor cuidado de su comportamiento público contribuiría eficazmente a evitar.