En la tertulia deportiva de los lunes en COPE Baleares, a la que acudo regularmente (fui, durante años, accionista y Consejero del RCD Mallorca), comentamos la pasada semana un curioso problema típico del futbol español. El presentador del programa, el periodista deportivo Jordi Jiménez, nos aportó una demoledora estadística que demostraba que, en nuestra Liga, se producen -con una diferencia enorme, además- muchas más faltas, más amonestaciones, más expulsiones de jugadores y más interrupciones en el juego por caídas, simulaciones, revisión de jugadas o pérdidas de tiempo que en las otras Ligas europeas.
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John Godfrey Sax, poeta estadounidense del siglo XVIII, acuñó una gráfica frase luego popularizada por el canciller alemán Bismarck: “Las leyes, como las salchichas, dejan de inspirar respeto cuando se sabe cómo están hechas”.
Los gobernantes mediocres suelen encubrir su incompetencia bajo capas de demagogia y autoritarismo. Y eso está sucediendo actualmente con la política de vivienda del Govern balear. Ello no significa que la política urbanística de anteriores Gobiernos hubiera sido mucho mejor. Casi todos se dedicaron con esmero a establecer limitaciones más que a idear soluciones, cosa que requiere menos ideología y un mayor grado de conocimiento, estudio comparado y habilidad legislativa.
Todos estos meses de polémicas partidistas por la renovación pendiente de los Magistrados del Tribunal Constitucional (TC) y de los vocales del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) -que requiere una mayoría de 3/5 del Congreso y del Senado, lo que implica necesariamente el consenso entre los dos partidos mayoritarios- han estado encubriendo una dura batalla entre bambalinas. Una guerra incruenta que PSOE y PP vienen librando desde la llegada de Pedro Sánchez al poder en compañía de su gobierno Frankenstein, banda de personajes variopintos que exhiben impúdicamente dos cosas en común: sus ansias de poder y su manifiesta incomodidad con la arquitectura institucional recogida en nuestra Constitución de 1978.
Fue en una conversación de amigos en la animada copa de Navidad ofrecida por este diario. Allí surgió espontáneamente el tema, hablando sobre anormalidades de nuestra actualidad política. La mesa! Una referencia entre carcajadas a ese objeto omnipresente como símbolo y explicación del complejo -pero tantas veces simple- comportamiento de muchas personas. Estábamos comentando un chascarrillo sobre la extraña fascinación que ejerce un alto representante de nuestra clase política sobre una veterana lideresa internacional, cuando una de las presentes exclamó riendo: “Pues claro! Sólo hay ver cómo le mira! Éste la pone sobre la mesa!”.
Ahora que celebramos -el último día del año- el aniversario de la conquista cristiana de Mallorca, es buen momento para explicar los principales hitos de nuestra peculiar trayectoria histórica, para que todos podamos ver -calendario en mano- lo escasamente fundamentadas que están las ensoñaciones que algunos promueven con esta conmemoración.
El prestigioso abogado socialista José María Mohedano, una de las personalidades más influyentes en el PSOE de los últimos 35 años, ha declarado en una entrevista concedida al diario digital El Debate que “el actual PSOE ya no es en absoluto un partido socialdemócrata. El discurso de Pedro Sánchez es el discurso de Pablo Iglesias. Podemos se ha quedado con el alma de Sánchez”.
Queridos jóvenes:
Voy a hablaros sobre un fenómeno muy extendido en el mundo actual. Más que muchas series de Netflix, vídeos de TikTok o la mayoría de memes de WhatsApp que recibís en vuestros teléfonos móviles. Lo que hoy trataré de explicaros sí que es un fenómeno viral. Tal vez el fenómeno estrella de los acelerados 22 años que llevamos ya cumplidos en el siglo XXI por lo que se refiere al mundo de la política.
Cuando Pedro Sánchez abandone el Gobierno, cosa que sucederá más pronto o más tarde, nos regalará a los españoles una herencia pavorosa. Esa forma suya de gobernar, cuyo objetivo exclusivo es la conservación del poder a cualquier precio, dejará devastada durante años la convivencia entre los ciudadanos, además de nuestra maltrecha economía y la compleja arquitectura institucional que hemos podido mantener desde la aprobación de la Constitución, cuyo 44 aniversario hemos celebrado esta pasada semana. Sánchez nos va a entregar el país como las centrales eléctricas de Ucrania. Y a eso le llaman tener un “Gobierno de progreso”.
La lucha contra la corrupción política y económica constituyó, durante años, un deslumbrante Titanic que surcaba orgulloso las aguas de la anonadada sociedad balear. Por encima de la línea de flotación, un trasatlántico imponente tripulado por una aclamada dotación que colocó entre rejas a políticos que abusaron de su poder y hasta a un miembro de la Familia Real. Pero, por debajo de ese casco reluciente, el tiempo ha ido descubriendo grietas terribles que amenazaban con enviar a pique un buque tan llamativo. Encarcelar a políticos o empresarios corruptos comenzó siendo una medida higiénica y esperada de regeneración pública, pero pronto se fue convirtiendo -para sus protagonistas con menos escrúpulos- en una peculiar manera de obtener notoriedad y promoción profesional.