El salto con pértiga constituye una de las disciplinas más complicadas del apasionante mundo del atletismo. Que ha generado históricamente, tal vez como respuesta del género humano a su reconocida dificultad, grandes talentos que marcaron época en el dominio de la disciplina. Desde el archiconocido saltador ucraniano Serguéi Bubka hasta la actual revelación mundial, el sueco Armand Duplantis, la prueba ha estado dominada de forma avasalladora por alguien que ha arrasado a sus rivales, y al que todos los demás competidores suelen mirar desde atrás.
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Titulo este artículo con un oxímoron para hablarles de un pleonasmo. Comunismo significa miseria y opresión. La historia así lo confirma. Como decir que la nieve es blanca o el cielo azul. No ha existido régimen comunista, desde 1917, que no haya empobrecido y tiranizado al pueblo que lo ha sufrido. Cosa que lleva sucediendo en Cuba, bajo la simpatía cómplice de la progresía internacional, desde hace seis décadas. Cuando un grupo de guerrilleros barbudos, mujeriegos y borrachos, criados en colegios religiosos, montaron una revolución con la excusa de salvar la isla del imperialismo yankee. Patria o Muerte fue su lema. Hoy, 62 años después, los cubanos anhelan desesperadamente Patria y Vida.
Unas declaraciones del presidente del PP Pablo Casado -en el reciente congreso regional de su partido- relativas a que “en Baleares no se habla catalán, sino mallorquín, menorquín, ibicenco y formenterenc” han abierto la caja de los truenos sobre el tema de la unidad de la lengua catalana. Conocidos personajes, muchos largamente vinculados personal o profesionalmente a Cataluña, junto a numerosos anónimos pobladores de las redes sociales, se han apresurado a despellejar al político popular.
La lucha contra la corrupción ha sido un tema sensible en la opinión pública de estas islas. Miles de páginas de periódicos y horas de radio y televisión se ocuparon, en otros tiempos, de ensalzar las hazañas de los idolatrados “Elliot Ness” locales. Cortes de calles con vehículos policiales, registros con armas y chalecos fosforescentes, detenciones espectaculares con conocidos políticos esposados, y cajas de Ducados semivacías sacadas ante las cámaras se convirtieron en argumento habitual de ese Netflix balear escenificado en la época de Zapatero. Lejano muñidor de una campaña político-judicial iniciada en 2004 en la Costa del Sol (casos “Malaya” y “Ballena Blanca”) y continuada generosamente en Baleares (casos “Andratx”, “Relámpago”, y muchos que vinieron después).
En el túnel por el que acceden los jugadores a la pista central del incomparable All England Club de Wimbledon, situado cerca de Londres, hay una leyenda escrita en la pared que dice textualmente: “If you can meet with Triumph and Disaster and treat those two impostors just the same…” (si puedes encontrarte con el Triunfo y la Derrota y tratar a esos dos impostores de la misma forma…”). Esa frase transcribe un conocido verso del magistral poema “If…”, escrito en 1895 por el premio Nobel británico Joseph Rudyard Kipling, y representa el perfecto resumen del estoicismo inglés típico de la era victoriana.
El pasado viernes, en la celebración del Día del Libro, fui invitado por la extraordinaria María Riutort -mi librera de cabecera- a un programa de radio que la cadena COPE emitía desde la terraza de La Librera del Savoy. Para gran regocijo propio, mi compañero de tertulia era José Manuel Barquero, un vitoriano de una pieza -que lo mismo te escala a pelo un siete mil, te escribe una columna impactante o se casca un triatlón como desayuno- con el que he compartido aventuras variopintas, que han generado entre nosotros una vieja y entrañable camaradería. Coincidimos además -aunque él trabaja también en diferentes temas de comunicación- en nuestra vocacional ocupación presente como francotiradores outsider en el anguloso mundo periodístico de esta tierra. Por todo ello, augurando que la contienda se iba a disputar en los divertidos márgenes periféricos de ese escenario sagrado que constituye la literatura para sus grandes popes, pensé que la cosa prometía.
La suciedad de las calles de Palma constituye una de nuestras actuales señas de identidad. Tenemos una ciudad turística deslucida por su manifiesta falta de limpieza, por grafitis infames que emborronan fachadas históricas y por una triste sensación de dejadez en buena parte de sus barrios. Pero nuestro inquieto Ayuntamiento, en lugar de barrerlas físicamente -como sería deseable visto lo que cobran por ello, incluso a negocios que llevan un año cerrados sin generar basuras- decidió recientemente barrer sus nombres. O algunos de ellos, bajo un ataque de antifranquismo retrospectivo y de presunta “normalización democrática”.
Hay personas a las que el destino les pega duro, desde bien pequeñas, como a un saco de boxeo. Para quienes la existencia supone una lucha titánica, agotadora, por momentos cruel e interminable. Pero que consiguen aguantarla en pie, mirando al frente, tragándose sus penas. Sin nunca renunciar a ser felices y, sobre todo, a hacer felices a los demás. Mientras muchos se lamentan, ellos pelean. Mientras otros desisten, ellos insisten. Mientras la mayoría ya hubiera arrojado la toalla -empapada de lágrimas- al duro ring de la vida, ellos esperan pacientemente la próxima embestida. Con esa invisible túnica de fortaleza, resolución y dignidad que sólo visten los muy grandes.
El Gobierno balear de Francina Armengol acaba de anunciar que va a expropiar temporalmente 56 viviendas a “grandes tenedores” para destinarlas al alquiler social. Una medida de alcance muy restringido, que difícilmente va a solucionar el problema de la vivienda en una Comunidad en la que vive más de un millón de habitantes, pero que se enmarca en el modelo de propaganda incesante en el que parecen instalados los actuales gobernantes. Aparte de desatender las graves consecuencias -jurídicas y económicas- que puede acarrear en el futuro esta medida indudablemente cortoplacista.
Un tipo estudiadamente desaliñado, con voz afectada y mirada extática, dice ante un concurrido auditorio: “Nos duele hacer política, porque no vamos a convertirnos en unos cínicos y lo pasaremos mal, y sufriremos, y tendremos que aguantar muchas mentiras. Pero os aseguro una cosa: cuando no se te olvida de dónde vienes, cuando estás orgulloso de haber crecido en un barrio, cuando estas orgulloso de mirar a los ojos a la gente de tu piso que ven que sigues viviendo en el mismo sitio, cuando saludas a tu panadero, al que te vende el periódico…”.