Cuando el Estado delega en un funcionario público parte de su enorme poder debe exigirle utilizarlo con máxima responsabilidad. Las facultades exorbitantes que las leyes confieren a jueces, fiscales, notarios, registradores, abogados del Estado, guardias civiles, policías u otros funcionarios cualificados no constituyen un cheque en blanco para manejarlas a su antojo.
Autor: Álvaro Delgado Truyols Página 2 de 29
Lejos de las miserias políticas y sociales que nos salpican sin descanso, la noticia de estos días ha sido la retirada del tenista mallorquín Rafael Nadal, algo no por esperado menos sentido por quienes le hemos seguido apasionadamente -por televisión y algunas veces en directo- en estos más de veinte años de extraordinaria carrera deportiva.
La Fiscalía Europea ha demostrado un interés inusitado en reclamar la instrucción de los casos de corrupción que afectan al PSOE, desde las investigaciones a Begoña Gómez al llamado “caso Koldo” -una de cuyas ramificaciones afecta a Francina Armengol-, apartando de ellas a los jueces instructores. Tanto ha llamado la atención esa voracidad acaparadora de sumarios cercanos al Gobierno que ha encontrado la resistencia de los propios jueces, Juan Carlos Peinado en el Juzgado de Instrucción número 41 de Madrid e Ismael Moreno en el Juzgado Central de Instrucción número 2 de la Audiencia Nacional.
El maravilloso “Manual del perfecto idiota latinoamericano” (1996), escrito por tres destacados intelectuales de Iberoamérica -el colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, el cubano Carlos Alberto Montaner y el peruano Álvaro Vargas Llosa-, define detalladamente a la peculiar fauna política que ahora vamos a describir.
Toda la vida pensando que vivíamos en un régimen de libertades y ha tenido que venir Pedro Sánchez a explicarnos que necesitamos regenerar nuestra democracia eliminando esa máquina del fango, periodística y judicial, que amenaza con sepultar su impoluto reinado progresista. Ahora resulta que nuestro principal problema nacional son los periodistas y los jueces que no se muestran dóciles al poder. Nunca le estaremos lo bastante agradecidos a este mesías inesperado con pinta de jefe de planta de El Corte Inglés. San Pedro ha llegado providencialmente a salvarnos, pese a que no todos hemos glosado con suficiencia sus innumerables méritos. La Historia guarda, sin duda, un deslumbrante rincón para su imperecedero legado democrático.
Marino Barbero fue un Catedrático de Derecho penal que ejerció como Magistrado en el Tribunal Supremo en la década de 1990, elegido por el cuarto turno. En junio de 1991 le correspondió la instrucción de un sumario sobre la corrupción del PSOE que, en tiempos de Felipe González, había montado un entramado de empresas (Filesa, Malesa, Time Export) para financiarse irregularmente a través de bancos y grandes corporaciones que, condicionadas por el enorme poder socialista, les contrataban informes y servicios ficticios que pagaban a precio de oro. Así llegaron al partido más de 1.000 millones de pesetas que destinaron a financiar sus exitosas campañas electorales.
Mi columna de la pasada semana, referida a la ejemplar reconciliación producida en Chile entre todos los representantes políticos tras el fallecimiento en trágico accidente del ex presidente Sebastián Piñera, dio lugar a interesantes reflexiones de algunos de mis lectores a través de las redes sociales. Varios comentaristas se preguntaban en qué somos tan diferentes los españoles a los habitantes de un país con el que presentamos muchos vínculos históricos, lingüísticos, culturales e incluso políticos (ambos vivimos en el siglo XX una dictadura militar).
El centroderechista Sebastián Piñera, dos veces presidente de Chile (2010-2014 y 2018-2022), falleció el pasado 6 de febrero al estrellarse -debido al mal tiempo- el helicóptero que él mismo pilotaba cerca de su casa en el Lago Ranco, situado al sur de su país. Los otros tres pasajeros de la aeronave, entre ellos una hermana del político, salvaron la vida lanzándose al lago mientras el piloto se hundió dentro de la cabina tratando de alejar las hélices del alcance de sus acompañantes.
Dos percepciones sensoriales resumen de forma precisa los mejores ratos de ocio de mi vida ya veterana: el olor a hierba cortada bajo unas botas de tacos y el calor de un pantalán portuario en las plantas de mis pies descalzos. El fútbol y el mar, cada uno en diferentes momentos y con variados partícipes y acompañantes, constituyen parte esencial de mi memoria vital.
Las vacaciones suelen proporcionarnos una visión más lenta de nuestra propia realidad cotidiana. Son como contemplar desde la quietud de un palco el acelerado mundo que nos rodea, o como bajarnos del tren que nos transporta a toda velocidad viendo cómo se aleja desde el andén.