El politólogo norteamericano Francis Fukuyama pronosticó el “Fin de la historia” en un conocido ensayo publicado en 1992, sosteniendo que la feroz pugna ideológica de los últimos siglos había llegado a su fin con el triunfo del capitalismo liberal tras la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de los regímenes comunistas. Aunque su predicción no resultó acertada en el corto plazo, transcurridas dos décadas del siguiente siglo podemos pensar que Fukuyama no andaba tan errado.
Autor: Álvaro Delgado Truyols Página 1 de 29
Informar adecuadamente sobre asuntos sujetos a investigación judicial es un trabajo periodístico complejo, que requiere conocimientos jurídicos y una imprescindible conciencia ética que evite las injustas “penas de telediario”. Aunque siempre han existido en España referentes profesionales en la materia, desde los míticos Bonifacio de la Cuadra -uno de los fundadores de El País- o Jesús G. Albalat de El Periódico, hasta la reconocida Ángela Martialay, que escribe hoy en las páginas de El Mundo.
“La infiltrada” es el título de una película española, dirigida por Arantxa Echevarría y protagonizada por Carolina Yuste y Luis Tosar, que narra la historia real de una agente policial que vivió casi una década en San Sebastián fingiéndose simpatizante de la izquierda abertzale, llegando a albergar en su casa a dos sanguinarios terroristas de ETA. Les advierto que lo que ahora viene constituye un clarísimo spoiler, rogándoles que en ningún caso dejen de ver la película si continúan leyendo.
Congreso de los Diputados. Madrid. 9,08 horas de la mañana del jueves 31 de mayo de 2018. Un diputado socialista, José Luis Ábalos Meco, sube a la tribuna y, con voz ronca, dice lo siguiente: “Rajoy no pasará a nuestra historia democrática como un buen Presidente, ha hundido hasta límites insospechados la dignidad de la sede que ocupa. Ante esta realidad que le dice todo el mundo dentro y fuera de esta cámara, dentro y fuera de nuestro país, no ha tenido ni la decencia política de por lo menos dimitir…. El PP, desde su fundación, ha sido un auténtico y eficaz sistema de corrupción institucional…. La presentación de esta moción de censura es el instrumento que nuestra Constitución otorga para dar respuesta a situaciones graves de crisis institucional como está atravesando el país, que merece una respuesta serena, firme, con sentido de Estado y de carácter constitucional. Esta es una moción de censura para recuperar la dignidad de nuestra democracia. El Estado tiene que tener un gobierno con fortaleza y autoridad moral, porque han engañado a la ciudadanía durante mucho tiempo… Porque ejercemos nuestra responsabilidad con la Constitución, reaccionamos frente a un Gobierno que está poniendo en cuestión el Estado de Derecho, señalando las sentencias judiciales como tendenciosas, amenazando a todo aquel que se atreva a cuestionar su permanencia en el Gobierno, como si fuera suyo, de su propiedad. Crearon con su particular uso del poder un verdadero círculo perfecto de corrupción, encubriéndola con tretas y artimañas, obstaculizando la Justicia para intentar engañar a la gente… Para ello, no han dudado en acusar de prevaricación a los Jueces, e incluso han apartado a aquellos que creían que les perjudicarían… Es muy fácil de entender, es un sentido elemental de los principios democráticos de respeto al Poder Judicial, el Ministro de Justicia no se puede reír de las sentencias… Esperar a que el tiempo transcurra, que nos resignemos a la impunidad, que nos olvidemos de estos hechos ya es responsabilidad del resto… La decencia debe ser algo esencial, no algo accesorio. Por eso el PSOE es bandera del verdadero patriotismo, entendido como la defensa de las libertades, la ética pública y la ejemplaridad”.
Las terribles inundaciones de Valencia han revelado al pueblo español no solo el talante personal de nuestros mandatarios, sino la opuesta actitud política de Gobierno y oposición. Así, mientras Mazón se cocinaba en el caldo de su incompetencia -no muy diferente a la que hubieran mostrado la gran mayoría de dirigentes políticos españoles, colocados por los partidos no por su inteligencia, carácter o experiencia gestora- Sánchez vislumbró desde el principio una macabra oportunidad para intentar hundir a sus rivales aprovechando los muertos. Algo que, con exitosos precedentes en el 11-M y secuelas en la pandemia, se ha convertido en un clásico de la estrategia política del PSOE.
La contundente victoria de Donald Trump en las elecciones norteamericanas debería obligar a los medios españoles a realizar una profunda reflexión. Desde la aparición de la sonriente Kamala Harris y la renuncia del deteriorado Joe Biden a la candidatura demócrata hemos vivido un chorreo generalizado de fascinación por la política izquierdista que ha impedido valorar de forma precisa -como las urnas acaban de demostrar- el pulso real de la sociedad norteamericana.
Con independencia de la pésima gestión que todas las Administraciones públicas han hecho de las terribles inundaciones que han asolado la Comunidad Valenciana, y de que la violencia jamás representa una solución para los problemas en un país democrático -que deben resolverse mediante la palabra y el voto-, los sucesos del domingo 3 de noviembre en Paiporta, explicables por la desesperación de los vecinos del pueblo, pusieron de manifiesto detalles reveladores sobre el talante personal de nuestros máximos representantes públicos.
El socialismo constituyó una doctrina imprescindible para superar los privilegios de las clases oligárquicas y los abusos de la revolución industrial. Aunque realmente solo triunfó donde interactuó con ideas liberales, introduciendo en muchas sociedades los principios de igualdad y solidaridad, humanizando al capitalismo más descarnado y dando lugar al nacimiento de la exitosa socialdemocracia. Porque allí donde las ideas de Marx y Engels se desarrollaron de forma integral, como en la URSS de los revolucionarios Lenin y Stalin, la aplicación del social-comunismo dejó un reguero de muertos, opresión, miseria y ausencia de libertades como aún puede comprobarse en Cuba, Venezuela, Nicaragua o Corea del Norte.
Una de las cosas que peor soporto es el uso espurio del poder funcionarial para practicar cacerías ideológicas o acumular méritos profesionales dispensando lametazos al poder. Algo que no resulta infrecuente en España, en especial entre esos soldados de la militancia a quienes ciega su supuesta superioridad moral, y que entienden las prerrogativas de su oficio como salvoconducto para aplicar su particular concepto de justicia social. Ya escribí, con referencia al fiscal general, que las facultades exorbitantes que las leyes confieren a los funcionarios cualificados no constituyen un cheque en blanco para hacer con ellas su santa voluntad.
La repentina dimisión de Íñigo Errejón ha sido una de las noticias destacadas de nuestra convulsa actualidad política. Sobre todo, por el infantilismo de su comunicado de renuncia (ha escrito agudamente Guadalupe Sánchez que parece redactado por Antonio Ozores tras ser poseído por su tocayo Gramsci) y por la contradicción que pone de manifiesto su conducta personal con todo lo defendido -por él y sus correligionarios- desde hace diez años en muy destacados cargos políticos. Resulta francamente difícil encontrar una hipocresía mayor.