Una de las paradojas del mundo moderno la representa el rotundo fracaso de las políticas radicales de izquierda pero el éxito de su discurso cultural. La izquierda -cuanto más extrema, peor- jamás arregla las desigualdades ni mejora la situación de los desfavorecidos. Suele arruinarlos a todos con su habitual dispendio económico, su típica voracidad tributaria, su nula capacidad de gestión y la consolidación de una casta gobernante que acumula todos los privilegios. Ejemplos como Cuba, Venezuela, Perú, Argentina, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, México, Corea del Norte, o antiguos países del telón de acero como Bulgaria, Rumanía, Polonia, Hungría, Albania, Checoslovaquia y Yugoslavia son muestras palmarias de ese enorme fiasco social.
Perdidas hace décadas las rancias batallas del marxismo, la izquierda adoptó como propias las más variadas políticas identitarias: ecologismo militante, feminismo radical, catastrofismo climático, indigenismo, nacionalismos, animalismo y toda una serie de ismos que conforman una nueva religión a la que adoran millones de creyentes. Dirigidos por nuevos clérigos que atacan cualquier discrepancia bajo campañas de acoso en las redes sociales e implacables políticas de cancelación.
Pero su sonoro fracaso político no ha podido impedir un innegable triunfo ideológico. Tal vez por incomparecencia, en la mayoría de los debates sobre ideas, de la propia derecha democrática. Vanessa Vallejo, escritora colombiana exiliada en USA, en un artículo titulado “Lo revolucionario es ser de derechas”, ha explicado cómo la gente de izquierdas hoy se limita a seguir una doctrina “oficial” nada revolucionaria que logra que el concepto de “buena persona” sea asociado con su ideología, y consigue que una mayoría de jóvenes piense que la gente de derechas carece de compasión por los demás.
A muchas mentes en formación hoy se les adoctrina para integrar el nutrido equipo de la “buena gente” de izquierdas, más allá del cual sólo existe un siniestro Mordor poblado por tipos fascistoides profundamente egoístas, antipáticos e insolidarios. Este mensaje maniqueo, intelectualmente ofensivo por su puerilidad, es divulgado por buen número de profesores, artistas, científicos y profesionales de los medios de comunicación. Ellos se encargan, propagando una lluvia fina, de que honestos políticos de derechas siempre caigan mal y malos políticos de izquierdas tengan habitualmente buena prensa.
La extendida y poderosa izquierda oficial trata de conservar a los jóvenes en estado de eterna adolescencia para mantenerlos en sus filas. Con el fin de abonar esa perpetua edad del pavo, alienta el sectarismo y el resentimiento social, señalando objetivos que polaricen a la tribu cohesionándola frente a odiados enemigos comunes: ricos, empresarios, banqueros, defensores de la unidad de España, ultraderecha, Monarquía, Transición….
Luego vienen los desencantos. El escritor Juan Soto Ivars ha declarado, en reciente entrevista, que “sigo votando a la izquierda porque soy subnormal, no porque sea de izquierdas”. Y en términos menos sarcásticos, aunque igual de contundentes, acaba de manifestarse Joaquín Sabina. El actor y político Toni Cantó publicó hace poco un libro con título revelador, “De joven fui de izquierdas, pero luego maduré”, que es el perfecto resumen de la típica evolución de muchos antiguos jóvenes de izquierdas.
De todo ese maniqueísmo social resulta una conclusión evidente. Si la derecha democrática pretende equilibrar el terreno inclinado en el que juega -en gráfica expresión de Cayetana Álvarez de Toledo– no tiene otro remedio que librar una dura batalla cultural. Otro desafío reciente es el intento obcecado de la izquierda de ganar -inventando Leyes de Memoria- una guerra que hace 83 años perdieron en el campo de batalla. Su edulcorado “relato” de lo sucedido durante la Segunda República y la Guerra Civil blanquea totalmente a la izquierda y condena a la derecha para siempre.
Pese a ello, soy plenamente consciente de que los tiros no van por ahí. El nuevo PP de Feijóo aspira a conseguir la centralidad y vender gestión, abominando de afrontar de inmediato ningún tipo de confrontación ideológica, dada la premura de tiempo que ha encontrado -al aterrizar en su cargo- el reciente líder popular. Su objetivo es encarar con éxito el año electoral que se avecina, en el que deberá enfrentarse a las trampas de un gobernante sin escrúpulos que utilizará el dinero de todos para conservar como sea su sillón.
Comprendiendo las necesidades coyunturales de la única alternativa posible en el panorama político español, manifiesto un contundente desacuerdo si pretende seguir así una vez conquistado el poder. La moderna derecha democrática nada tiene que esconder ante el mainstream dominante de la izquierda cultural. Ha escrito Gabriel Tortella que el capitalismo liberal es el que ha proporcionado a la humanidad sus mayores cotas de prosperidad económica y derechos sociales, como demuestra la gran transformación de la China comunista.
Por ello, la manoseada “superioridad moral” de la izquierda no es más que una leyenda sentimental, sustentada en emociones maniqueas y en esa adolescencia interminable en la que juguetean bastantes españoles.
PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 28 DE NOVIEMBRE DE 2022.
Por Álvaro Delgado Truyols
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