Con estas dos simples palabras se resume la sorprendente oferta política actual. Aunque nos sigan dando la tabarra con ellas todos los días, las clásicas izquierda y derecha ya no existen. La izquierda por haberse olvidado de la búsqueda de la igualdad, en pos de cualquier política identitaria que pillara por el camino. Y la derecha, una vez asimilada la compleja ingestión del socialdemócrata estado del bienestar, por vivir descuartizada a remolque de los complejos ideológicos que sus rivales les señalan con el dedo. Ya procedan de Franco, de Viriato o de Caín, que más atrás resulta imposible remontarse.

Cuando Francis Fukuyama pronosticó en su conocida obra de 1992 el “Fin de la historia”, tras la caída estrepitosa de los regímenes comunistas simbolizados en el Muro de Berlín, se equivocó de cabo a rabo. El famoso polítólogo estadounidense aludía con esa sonora frase a la victoria irrefutable del capitalismo sobre el marxismo, poniendo fin a su enfrentamiento histórico desde los albores del siglo XIX. Pero el rotundo fracaso del comunismo no desanimó a sus múltiples promotores, sino que les hizo cambiar de víctimas. Porque en supervivencia, propaganda y estrategia son primos del Mago Merlín.

Abandonada por agotamiento la defensa de la clase trabajadora, ya que los obreros empezaron a vivir mejor, decidieron izar la bandera multicolor de todos los ofendidos. Que numéricamente eran incluso más, por lo que la cosa salía a cuenta. Cualquiera que se muestre resentido por motivos de raza, sexo, lengua, trabajo, ingresos, posición social, cultura, territorio, apariencia, tendencias o sentimientos personales encaja hoy como un guante en las filas de la nueva izquierda. Y juntos forman legión, que es lo que sus demagogos dirigentes necesitan para seguir viviendo a cuerpo de rey.

Mientras la izquierda salía al monte a la búsqueda de resentidos (basta ver las hordas que critican a Amancio Ortega porque regale a la sanidad pública las mejores máquinas para la lucha contra el cáncer, o porque ponga a presidir sus empresas a su hija Marta), la derecha se regodeaba en la autocomplacencia de despreciar a sus votantes, camuflar sus mejores ideas y ejecutar una gestión económica prácticamente socialdemócrata. Porque en eso es en lo que ha mutado hoy en día el clásico liberal-conservadurismo. Olvidándose de defender la libertad y sus legítimos principios, manteniendo incólumes -por no ofender- todas las reformas legales ideológicas promovidas por la izquierda, vaciando como el socialismo los bolsillos de los ciudadanos, y pasteleando vergonzosamente con sus rivales para conservar un statu quo que sostenga apesebrados a sus mediocres dirigentes.

El mundo está siendo también un claro reflejo de estas dos tristes tendencias. En un tablero internacional manejado -bajo mano- por actores expertos en desestabilizar a sus enemigos (Rusia, China, Cuba, Venezuela) mientras Europa se polariza con tendencia a la derecha, América recorre el camino contrario. Cuando algunas derechas actuales se regodean en nacionalismos caducos, imposibles de casar con su crítica a descabelladas políticas identitarias, ciertas izquierdas -excelentemente financiadas- se muestran maestras en convencer a quienes viven relativamente bien de lo mal que supuestamente están (miren ustedes lo que ha pasado en Venezuela, en Argentina, en Perú y ahora en Chile). Lo que estos pobres no aprenden nunca es lo mal que van a estar después. Porque ninguna revolución comunista ha funcionado jamás. Los únicos que mejoran de vida son siempre sus dirigentes.

El gran drama actual del panorama político español, que se reproduce de forma mimética también a nivel mundial, es la pavorosa orfandad en la que estamos sumiendo a buena parte de los votantes. Si alguien tiene ideas de izquierda moderada, defiende la socialdemocracia y el estado del bienestar, promueve el poder de una Administración fuerte y financiada con impuestos importantes pero aborrece los extremos, abomina de los nacionalismos excluyentes y no es amante de las políticas identitarias hoy no tiene a quien votar.

Y si alguien se siente un partidario convencido del centro-derecha, amante de la libertad y los derechos individuales, constitucionalista, europeísta y respetuoso con las diversas lenguas y culturas, poco amigo de nacionalismos o impulsos tribales, defensor de la propiedad privada y la libre empresa, partidario de bajar los impuestos para estimular la economía y aumentar la recaudación, y enemigo de una Administración hiperdesarrollada y asfixiante, nido de enchufismo e intereses clientelares, tampoco tiene claro a quien votar.

Asumiendo que los extremos, por sí solos, no bastarán para gobernar, comprobar como las dos opciones más centradas de todo el arco político se encuentran hoy huérfanas de padre y madre resulta una completa tragedia. Hoy ni el PSOE ni el PP están en condiciones de satisfacer a esas dos tendencias sociales, generalmente mayoritarias. Por mucho que lo intenten, ambos partidos tienen tremendamente decepcionados a sus parroquianos más clásicos y menos permeables a su infame propaganda, porque llevan años mintiéndoles sistemáticamente. Y, además, Ciudadanos está en peligro de extinción, mientras que todos se comportan igual con sus chuscos episodios de corrupción. Sólo con ganas de que no les pillen, y nunca de regenerar nada.

Parecidos comportamientos injustificables se reproducen en las sucesivas convocatorias electorales. Mientras el Presidente Sánchez se comporta como un absoluto trilero al que sólo le preocupa conservar como sea el poder, los principales mandatarios autonómicos utilizan las convocatorias al albur de sus conveniencias personales, prescindiendo de la pandemia, la crisis económica o los intereses de sus ciudadanos.

Visto todo lo visto, ya saben ustedes qué podrán elegir cuando sean llamados a votar en estos tiempos venideros. Les venderán las banderas de siempre pero, o se inclinan por los extremos, o en la parte ancha del campo van a encontrar alternativas tuneadas. Podrán optar entre el subidón o la pachorra. Pueden sumarse al ruidoso rebaño de los resentidos, o hacerse del aburrido clan de los autocomplacientes. Elegir entre susto o muerte. Este es el menú del día de nuestra política actual. Por eso arrasan outsiders como Isabel Díaz Ayuso. Y cuanta más estopa le den, más la van a encumbrar. Mucha suerte para todos en el año electoral que presumiblemente se avecina.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 03 DE ENERO DE 2022.

Por Álvaro Delgado Truyols