En septiembre de 2018, conociéndose la intención de Sánchez de exhumar a Franco del Valle de los Caídos, escribí para El Mundo de Baleares un artículo llamado “El habitante del valle”, comentando mi sorpresa por la longevidad del dictador y su continuada presencia en nuestra vida pública. Hasta el Ayuntamiento de Palma ejecutó -hace poco- cazas de brujas franquistas, buscando momentos en los que titulares de algunas calles tuvieron relación con el régimen para eliminarlos fulminantemente. Sin pensar que esa búsqueda obsesiva podrían realizarla muchos políticos en sus propias familias, pues pocas se salvan hoy de antepasados cómodamente asentados en los 40 años de dictadura.

Aunque Franco falleciera en 1975, la izquierda española actual no puede vivir sin él, y ha fabricado su avatar para zarandearlo a su antojo en mítines, medios y redes sociales. Ese entusiasmo resucitador corresponde fundamentalmente al PSOE que, mientras disfrutaba de días de gloria -202 diputados en las elecciones de 1982- respetó el espíritu reconciliador de la Transición. Ya Felipe González, acosado por los GAL y notables casos de corrupción, desenterró el fantasma del franquismo antes de su pírrica victoria en 1993. Pero fue tras la ajustada victoria de Aznar en 1996, quien repitió con mayoría absoluta en el 2000, cuando al PSOE se le desataron los demonios. Esos que le habían llevado a conspirar contra la estabilidad de la Segunda República, a instigar el clima de violencia que desembocó en la Guerra Civil (asesinato del jefe de la oposición incluido) y a desaparecer durante la dictadura, abandonando la antorcha del antifranquismo a manos del Partido Comunista.

Tras algunos escarceos de González, el avatar de Franco fue escandalosamente manipulado por Zapatero, un tipo sectario e incompetente que encontró en el antifranquismo retrospectivo un filón electoral para conservar ese poder que veía escaparse tras la hecatombe económica del 2008. Tras el paréntesis de Rajoy, vivimos una nueva época de esplendor para nuestro hiperactivo avatar de Franco. Con Sánchez apareció otro modelo de incompetencia y propaganda que -dirigido por Redondo o Bolaños– alude más a Franco y a la ultraderecha de lo que se ocupa de la pandemia, la crisis o el paro. Ya escribió Iñaki Ellacuría que “el español, como todo adolescente, prefiere creer a pensar”.

Cuatro décadas después de su muerte, sólo nos falta sentar al avatar de Franco en el plató de Sálvame para llevar al éxtasis a nuestra izquierda nacional. Tras el mítico Cid Campeador, constituye el muerto más vivo de la larga historia de España, al que odian con mayor empeño quienes nunca le conocieron. Hoy proliferan antifranquistas furibundos menores de 50 años, descendientes de padres y abuelos que ya curaron sus viejas heridas, muchos de los cuales vivieron confortablemente al amparo de su prolongada dictadura.

A la intención de mantener viva la llama del odio responde el proyecto de “Ley de Memoria Democrática”, aprobado por el Gobierno en julio de 2021, que el hispanista norteamericano Stanley Payne ha denominado “memoria histórica del PSOE”, sorprendiéndose del oxímoron que su denominación implica, ya que la memoria es siempre individual mientras que la historia es un relato fáctico colectivo. Escribió el insigne historiador -Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica en 2009- que “un Estado democrático no puede establecer una versión oficial de la historia e imponerla a sus ciudadanos. Eso sería puro sovietismo… Los socialistas deben estudiar y aprender de su propia historia, que parecen ignorar, y no pretender dar Leyes de Gran Hermano a la sociedad española”.

En términos críticos con el Proyecto se ha mostrado el Consejo General del Poder Judicial, en un demoledor informe en el que considera que atenta contra la libertad de expresión, resaltando su falta de simetría en relación con la apología de otras dictaduras, tal como recordó el Parlamento Europeo en su Resolución de 19 de septiembre de 2019 sobre la Memoria Histórica Europea. Y ha prescindido el Gobierno del dictamen del Consejo de Estado, que era obligatorio según el informe emitido por el Ministerio de Justicia sobre el Anteproyecto, para evitarse un seguro revolcón por parte del máximo organismo consultivo nacional.

Tras la loable intención de desenterrar fosas -también abundantes tras las trincheras del bando republicano, víctimas de las checas y las matanzas de católicos por innumerables bandas de milicianos- hoy políticos desaprensivos agitan el avatar de Franco para que familiares apenados (comprensiblemente) y resentidos retrospectivos (injustificadamente) les mantengan en el poder. Pero satisfacer a los afectados no es la prioridad del Gobierno de Sánchez, quien manifestó haber gastado en este tema 31 millones de euros, aunque afirmando desconocer el listado de fosas que se habían abierto. Aparecen aquí los típicos chiringuitos de la izquierda, que han consumido -según los estudiosos Joan Huguet y Pedro Corral– el 78% de ese enorme presupuesto, mientras la exhumación de fosas sólo un pírrico 22%.

Otras reacciones sorprendentes han sido revisar la Ley de Amnistía de 1977 o retirar los nombres de Ramón y Cajal, Gregorio Marañón y Juan de la Cierva de los Premios Nacionales de Investigación. Grandes científicos españoles cuyo único pecado fue no ser suficientemente republicanos a juicio del Gobierno Frankestein. Todo conforma una maniobra propagandística destinada a polarizar votantes y distraerles de evaluar su pésima gestión. Cuando lo que demandan estos tiempos es reconciliar a los españoles y dejar de agitar a los muertos, que deberían ser hallados en silencio y reposar todos en paz.

Viendo como la izquierda balear ha impedido homenajear al Alcalde de Es Castell Francisco Gimier Sintes, asesinado en 1936 por un grupo de republicanos que arrojaron su cuerpo al cementerio, o como el Govern considera víctima del franquismo al asesino menorquín Pedro Marqués Barber, ya sabemos que la “Memoria Democrática” no pretende resarcimiento sino auténtica revancha, aspirando a imponer una versión sectaria del pasado para azuzar el enfrentamiento entre españoles.

Dijo el Papa Francisco a Carlos Herrera que “algunos países necesitan reconciliarse con su propia historia”. Hoy, a 82 años de la guerra y 46 tras su muerte, ya va siendo hora de enterrar al avatar.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN OKBALEARES EL 24 DE NOVIEMBRE DE 2021.

Por Álvaro Delgado Truyols