La catástrofe económica provocada por el Covid-19, que afecta con especial intensidad al mundo del turismo, ha generado diversas opiniones publicadas que lamentan la dependencia de la economía balear de lo que llaman el “monocultivo turístico”. Y algunos, tal vez para no contrariar la visión sobre la materia de los actuales gobernantes (y sus apetecibles subvenciones), replican los argumentos de siempre: que si este modelo fue planificado en su día por el Movimiento Nacional y nunca se ha corregido; que si nuestros empresarios buscan el dinero fácil del ladrillo y el sol y playa; que si no tenemos emprendedores comprometidos con la industria y las nuevas tecnologías; que si Madrid (ese ente diabólico y lejano) nos expolia… No son capaces de salir de esa ristra de convencionalismos, pronunciados mirando al tendido de un público maniqueo y polarizado, y contaminados por un tufo ideológico inútil para resolver problemas económicos.
Lo primero que hay que saber es que la economía no se arregla con manifestaciones contra los empresarios ni con recetas ideológicas, sino con medidas pragmáticas y eficaces. El postureo y los prejuicios no nos sacarán de la ruina, ni nos transformarán en una sociedad mejor. Por ello, conviene dejar claras algunas cosas a la opinión pública, para que su mente deje de estar contaminada por diagnósticos tendenciosos y soluciones equivocadas. La primera de ellas -que aquí parecen haber todos olvidado- es que nuestras islas fueron un lugar pobre de solemnidad hasta la llegada del turismo. Esa imagen de una tierra virgen y un paraíso bucólico donde las ovejas olían a lavanda y los payeses vivían felices recogiendo algarrobas y bailando ball de bot es propia de un cómic para dummies, pero más falsa que un euro de madera. Aquí el turismo no destrozó ninguna sociedad idílica, porque la agricultura, la ganadería y la pesca nunca fueron rentables, constituyendo actividades de mera subsistencia familiar. Por lo cual, muchos isleños -especialmente a mitad del pasado siglo- tuvieron que emigrar. En el campo balear se trabajaba de sol a sol y se pasaban todo tipo de miserias.
El turismo, con sus pros y sus contras -como toda actividad humana- no ha estado a salvo de errores, abusos e imperfecciones. Pero nos ha proporcionado a toda la sociedad insular (no sólo a los hoteleros, otra mentira sectaria y generalizada) un grado de prosperidad que resultaba inimaginable un siglo atrás, dada la inexistencia de industria y lo yermo de nuestras tierras, la cortedad de nuestras cabañas de ganado y la escasez de pesca. Resulta probable que nuestro viejo modelo turístico presente hoy síntomas de agotamiento, pero eso no se soluciona con diatribas contra los hoteleros o con las habituales prohibiciones legislativas, tan al gusto de quienes hoy nos gobiernan. El modelo actual necesita cambios y también mejoras, que deben venir por diferentes vías. Aunque cualquier solución no puede ser lo cortoplacista que necesitan los políticos actuales, a quienes no interesa ninguna cinta que no puedan cortar antes de las siguientes elecciones. Y así nos va.
El cambio de modelo económico precisa de tiempo y de dos cosas más: la primera, una apuesta por un turismo menos masificado, menos concentrado y de más calidad, pues sería de estúpidos renunciar a nuestro principal motor económico basado en unas reconocidas bondades paisajísticas y climatológicas que tenemos y que debemos proteger; y la segunda, un proyecto valiente de diversificación industrial y tecnológica, para convertir lo que ya es un paraíso turístico y residencial en un paraíso empresarial y laboral, especialmente si se consolida el teletrabajo, que ha venido para quedarse. ¿Cómo se consigue todo ello? La apuesta por un turismo de calidad resultó bien encaminada por la Ley Turística de 2012, que dio excelentes resultados pese a los hachazos que recientemente ha sufrido. Marcó el camino para eliminar un turismo “malo” y fomentar uno “bueno”, escuchando y haciendo caso a los que saben. Y en nuestra tierra están los mejores. Cuando una norma se consensúa con los principales interesados y se elabora con criterios de utilidad -y sin prejuicios ideológicos- suele funcionar. Y esa Ley funcionó, y consiguió sacarnos de una crisis económica pavorosa.
En cuanto a la diversificación industrial y las nuevas tecnologías -con las que la izquierda se llena la boca sin dar nunca pasos adelante- no resulta más que un tema de trámites, costes y fiscalidad. Para eso se creó el Parc Bit, aunque la racanería política dejó que se convirtiera en otro polígono industrial más -con arbolitos y sin coches en su interior- pero lejos de los fines con los que se ideó. La cuestión es muy simple. Las empresas se implantan en lugares estratégicos, bien comunicados y con gastos de establecimiento/operatividad controlados. No podemos evitarles los costes de la insularidad (cualquier envío de material, compra o suministro en las islas resulta más caro que en la península, como también el precio de viajes, locales, alquileres y viviendas), por lo que debemos compensar todo ello con facilidades administrativas y una atractiva fiscalidad. Pero aquí topamos con los grandes mantras de la izquierda. Para nuestros actuales gobernantes, simplificar los trámites administrativos o bajar impuestos es pecado mortal. Esa ideología que impregna todo su ser, desde la ducha mañanera hasta las alegres veladas en el Hat Bar, les impide ambas cosas de forma irracional. Creen que alguien les acusará de ayudar a los “ricos”, esa estupidez tantas veces repetida para referirse a “creadores de riqueza”. Por eso nadie vendrá. Y, por eso, las empresas tecnológicas se establecen en Irlanda, Malta o Portugal.
Además, nuestros polígonos industriales actuales no son tales, sino meras zonas comerciales. El suelo es carísimo y las naves también. Y los trámites administrativos resultan eternos y disuasorios para cualquier empresario foráneo. No al crear la empresa -que se hace en un día- sino al obtener y regularizar toda esa maraña de licencias, autorizaciones y permisos necesarios para que no les empuren a diario. ¿Quieren ustedes realmente diversificar acabando con el “monocultivo”? No es tan difícil. Ya saben lo que hay que hacer.
Por Álvaro Delgado Truyols
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