En la mitología clásica, Poseidón, dios griego representado mediante una figura atlética y desnuda que portaba un gran tridente, era el rey de los mares. Y, por la enorme trascendencia del mar en un país con una gran superficie insular y tantos kilómetros de litoral, constituía una figura muy importante para casi todas las ciudades de influencia helénica. Cuenta la mitología que, cuando estaba de buenas con sus habitantes, creaba nuevas islas y ofrecía mares en calma a los esforzados navegantes pero, cuando se enojaba o se sentía ignorado, hendía el suelo con su tridente y provocaba tormentas, diluvios, maremotos y naufragios. El nombre de este antiguo dios del mar, como tantas otras palabras de raíz griega, ha sido utilizado por la ciencia para denominar una planta, en este caso la “Posidonia oceánica”, vegetal acuático endémico que siembra de praderas el mar Mediterráneo y que, pese a llevar con nosotros miles de años, está cobrando últimamente una inusitada actualidad.
Siguiendo con su habitual política de gestos de cara a la galería, y con excesiva premura para que no se le pase el último verano de la legislatura (no se ha podido incorporar la imprescindible cartografía detallada de las praderas a proteger, lo que le ha reprochado el Consell Consultiu), el Govern balear ha publicado recientemente el Decreto 25/2018, de 27 de julio (BOIB del 28 de julio), sobre la conservación de la Posidonia oceánica en las Islas Baleares, que constituye otra manifestación -una más- de postureo legislativo y de ecologismo de salón, destinado más a ganar unos cuantos votos entre los alérgicos al mar que a regular de una forma segura y apropiada la protección de los fondos marinos. Nuestros gobernantes parecen desconocer que somos unas islas pobladas desde hace más de 3500 años en las que el mar y la navegación han constituido, ya desde la época pretalayótica, nuestro principal medio de transporte. Y así, lamentablemente, en el año 2018, varios miles de años después de que las primeras naves surcaran el mar balear, nuestras preciosas aguas y nuestros más de 30000 navegantes han sido derrotados por los hooligans de las algarrobas, y en el BOIB hemos sido declarados, oficialmente, un pueblo de secano. Eso sí, rodeado por un mar que sólo podremos contemplar desde lejos.
Por supuesto no voy a negar aquí la importancia de la debida protección de las praderas de posidonia, así como de cualquier otro elemento importante para nuestro medio natural. Resulta evidente que dicha planta marina produce efectos imprescindibles en la oxigenación y claridad de nuestras aguas, en el control de la erosión de los fondos marinos y en la preservación de la fauna subacuática. Eso todos los amantes del mar lo conocemos y lo respetamos desde hace siglos, de forma que muchas praderas aparecen hoy en fotos aéreas mucho más pobladas que hace 50 años. Pero el impostado eco-izquierdismo que nos invade está tratando, con excusas diversas, de generar rechazo contra bastantes actividades que han constituido el hacer habitual de los baleares desde que habitaban en navetas formadas por grandes piedras, en este caso contra la navegación de recreo, todo ello entremezclado con un latente odio de clase teledirigido contra los principales motores de nuestra economía actual y sus protagonistas.
¿Por qué digo lo anterior? Pues ahora lo verán. Estoy en condiciones de afirmar que el Govern balear no está realmente preocupado por la preservación de las grandes praderas de posidonia de nuestro litoral. Porque si lo estuviera, en el Decreto 25/2018 se hubiera regulado, además de los fondeos, una inmediata revisión de las depuradoras, emisarios y desalinizadoras que están llenando de mierda, literalmente, nuestras playas, habiéndose cerrado al baño en este mes de agosto un montón de ellas. Y porque, de los 64,3 millones de euros recaudados con la ecotasa en el año 2017, y de los muchos otros que se están recaudando este año, ya se hubiera presupuestado una importante partida destinada a tal fin. ¿Qué mejor uso para un supuesto impuesto ecológico? Pero, como siempre, en actitud típica de nuestra moderna agroprogresía, de “eco” nada y de “tasa” todo. Deben ustedes saber que, según un detallado informe elaborado por la consultora Tecnoambiente, presentado hace unos meses en la Cámara de Comercio de Mallorca, los vertidos de aguas residuales e hipersalinas (cientos de millones de litros de agua sucia al día en época estival) son la principal causa de destrucción de la posidonia, de tal manera que sólo los tres emisarios existentes en la bahía de Palma han devastado seis millones de metros cuadrados de praderas submarinas. El informe calcula que sólo el emisario de Ciudad Jardín ha destruido más de 500 hectáreas. Mientras tanto, los fondeos (más del 90% de las embarcaciones que navegan en las Baleares no superan los 8 metros de eslora) sólo afectan, en el peor de los casos, al 0,0003% del total de las praderas. Sorprendente ¿no? Este es el ecologismo de salón organizado desde el Consolat de la Mar, que gasta el dinero del supuesto impuesto ecológico en pagos corrientes, dejando que las aguas fecales llenen de banderas rojas las principales playas de la bahía de Palma en pleno mes de agosto, dando lugar a una denuncia por delito ecológico que ha llegado hasta Fiscalía.
Viendo los abrumadores datos anteriores, cualquiera se tiene que preguntar qué está pasando de verdad aquí. Y lo que está pasando, por desgracia, es lo mismo que con las terrazas, los cruceros, los hoteles, los apartamentos turísticos, los campos de golf, las carreteras de los faros o las playas, las pancartas en los aeropuertos, las pintadas en las fachadas, y tantas y tantas otras demostraciones de un mismo fenómeno común: a quienes nos gobiernan les incomoda que nos visiten, no les gusta la gente que gasta dinero ni la gente que lo gana, no les gustan los hoteles, los restaurantes, los barcos ni los clubes náuticos, no les gustan lo que ellos llaman los “ricos”. Porque cualquiera que tenga un llaüt de 8 metros es un rico para esta tropa. Todo el que vista decentemente, se duche, se peine, gaste dinero, le guste el mar, el golf, comer o cenar en una terraza, o cualquier actividad no realizable con aspecto escasamente higiénico -o directamente desharrapado- es un enemigo del poble balear. Porque, para nuestros actuales gobernantes, sólo son buenos ciudadanos los que aborrecen el mar, aman los sementers y las garroves, son malencarados con los visitantes, se expresan sólo en catalán barceloní y no se gastan un puto euro. Este es el maravilloso progreso rústico que nos propone el III Pacte.
Por algo escribí aquí mismo, en el año 2017, que vivíamos en Prohibilandia. Porque, de no ser así, nuestro Govern se hubiera preocupado también de destinar dinero de la manida ecotasa -se han recaudado muchos millones- a promover fondeos alternativos para los muchos aficionados al mar, instalando en zonas del litoral balear campos de boyas ecológicas que resultan inocuas para la posidonia e incluso son imperceptibles en superficie. Pero no. A los de los barcos que les den. Son todos ricos. Dan igual las tradiciones, la importancia económica y los muchos puestos de trabajo que genera el sector náutico, aparte de su carácter fundamental en una comunidad rodeada por el mar. Por todo ello este año, vistas las novedades, tendremos que cambiar la palabreja. Dado el mareo que nos llevan dando desde hace meses a todos los ciudadanos con la posidonia, que lleva ahí miles de años, tenemos que concluir que, en el verano de 2018, vivimos en Pesadonia. Porque pesados son un rato, pero la posidonia oceánica -otra gran excusa para su mal disimulada lucha de clases- y la limpieza del mar les importa, de verdad, un pimiento.
Por Álvaro Delgado Truyols
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