El Premio Nobel norteamericano Milton Friedman, gran defensor de la economía de mercado y considerado, junto con John Maynard Keynes, uno de los más influyentes economistas del siglo XX, escribió que “sólo una crisis da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente… hay que desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable”. No cabe duda de que la dramática situación que vivimos precisa no sólo de diagnóstico y de crítica, sino también de una alternativa creíble al Gobierno de coalición presidido por Sánchez e Iglesias. Alternativa que, a base de comunicarse bien y convencer a los ciudadanos, acabe convirtiéndose en algo inevitable para sacarnos del profundo pozo en el que acabamos de caer.
¿Tenemos en España una alternativa a la penosa gestión de esos dos yonkies del poder? Pues, con algunas prometedoras excepciones como la de Martínez-Almeida en el Ayuntamiento de Madrid, hasta hace escasos días no. Pese a que los discursos parlamentarios de Casado, Arrimadas y Abascal han resultado impecables en las formas y contundentes en el fondo, demostrando seriedad y compromiso ante el trato despectivo del Presidente del Gobierno, han tardado demasiado en explicar al pueblo español otra forma de hacer las cosas. Sólo Pablo Casado, en rueda de prensa ofrecida el martes 12 de mayo en la sede del PP, explicó por primera vez un plan alternativo con medidas sanitarias, económicas y legislativas, poniendo fin al estado de alarma, sustituyendo el plan actual de desescalada y aplicando medidas de choque.
La mejor baza que ha esgrimido siempre en España el centro-derecha liberal es su capacidad de gestión. Consecuencia de los cuadros que solían integrar sus filas, dotados de una preparación muy superior a la de muchos zopencos que tienen enfrente. Pero vivimos una situación insólita, especialmente patente en Ciudadanos y el PP, relacionada con las complejas circunstancias que han rodeado la llegada de Arrimadas y Casado al liderazgo. Y es la ausencia de un equipo de tecnócratas capaz de elaborar una alternativa de gobierno creíble y contundente. Problema que -intuyo- se debe a razones varias: la desconfianza en los asesores de líderes anteriores, las purgas típicas por la inseguridad de los recién llegados, y el refugio en un grupo reducido de fieles para controlar las riendas del partido. Todo ello agravado, en el caso de Ciudadanos, por volantazos estratégicos a la desesperada e importantes deserciones como las de Girauta o Mejías, que se unen a las anteriores de Rivera, Roldán o Pericay; y en el caso del PP, por el protagonismo estelar de algunos líderes regionales como Feijóo, Ayuso, Miras o Moreno Bonilla, cuyas personalidades políticas o sus actuales alianzas de gobierno no resultan nada fáciles de embridar.
En tiempos pasados se gobernaba mirando el IPC, los tipos de interés, la prima de riesgo o la cifra del paro. Hoy a los tracks de intención de voto, las redes sociales y el share de las televisiones. Pero la peculiar parroquia del centro-derecha exige ideas y proyecto, no sólo imagen y relato. Por ello, esperar a que la crisis se lleve el cadáver de su enemigo no brindará a Casado -quien por aritmética deberá liderar la alternativa- la cabeza de una garrapata política como Sánchez. Aparte de suponer un ejercicio de pachorra más propio de un legatario de Rajoy que de un aventajado discípulo de Aznar. Y aguardar la inevitable intervención de la Unión Europea, con exigencia de consenso entre los principales partidos constitucionales, supone una renuncia del liderazgo al que un joven político, dotado de oratoria, imagen, simpatía personal e importante apoyo popular, tiene que aspirar por méritos propios.
Casado ha dado por fin un paso al frente, aunque vive mal arropado en su back office. Salvo aportaciones como Lacalle o Álvarez de Toledo, más apropiadas para la asesoría de cámara que para zurrarse con Rufián o Lastra (en la batalla mediática siempre ganan los zafios, y la prepotencia sólo es tolerada en la izquierda), su elenco lucía desangelado y falto de quilates. Acaba de presentar su plan alternativo con Ana Pastor, Elvira Rodríguez y Enrique López, lo que constituye buena señal. Ha vivido demasiado tiempo enrocado, mirando a Vox por el retrovisor. Debe recuperar vista frontal, coaligar al centro-derecha -limando aristas y mostrándose más centrado- y vender muy bien una alternativa. Ante unos maestros del relato como los Picapiedra totalitarios, esos que aspiran a quitarnos la libertad y a que todos malvivamos del Estado.
Por Álvaro Delgado Truyols
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