“La infiltrada” es el título de una película española, dirigida por Arantxa Echevarría y protagonizada por Carolina Yuste y Luis Tosar, que narra la historia real de una agente policial que vivió casi una década en San Sebastián fingiéndose simpatizante de la izquierda abertzale, llegando a albergar en su casa a dos sanguinarios terroristas de ETA. Les advierto que lo que ahora viene constituye un clarísimo spoiler, rogándoles que en ningún caso dejen de ver la película si continúan leyendo.

Además del extraordinario sacrificio personal de la agente, que cortó todos sus lazos familiares y personales entre los 20 y los 28 años y colocó en serio peligro su vida hasta lograr desarticular el “comando Donosti”, la historia pone de relieve otros aspectos sociales y políticos interesantes, hasta el punto de que la juventud española debería tener la tarea escolar de verla y admirar el compromiso de una mujer valiente que, nada más salir de la Academia de la Policía Nacional, cambió radicalmente su vida para intentar salvar las de muchos otros.

Demoledor resulta el retrato personal de los dos terroristas que conviven con la protagonista. Uno de ellos, el más joven e inexperto, es el etarra Kepa Etxebarria Sagarzazu, hoy ya fuera de prisión tras cumplir 20 años de condena por pertenencia a banda armada e intento de asesinato (se le encasquilló la pistola intentando dar el tiro de gracia al funcionario de prisiones Juan José Baeza, al que había disparado previamente en el cuello). El otro, el despiadado Sergio Polo Escobés, que sigue encarcelado hasta 2029 por las reiteradas hazañas sangrientas del implacable “comando Donosti”.

Kepa es un veinteañero idealista nacido en San Sebastián, de familia euskaldún, con el que “Arantxa” consigue trabar mayor intimidad. Cuando, en un momento relajado de la convivencia, la agente le pregunta qué resultado esperaría si se cumplieran los objetivos de su “lucha armada” -y Euskadi alcanzase la independencia- sorprende con su simpleza mental y la pobreza de su argumentario: sentirse libre, volver a comer las lentejas de su madre, respirar el aire puro, liberarse de la opresión cultural del Estado español…

Sergio nos muestra, en cambio, una personalidad bastante menos ingenua. Arisco, desconfiado, experto en las mañas de la muerte (duerme siempre con la pistola), portador de un indisimulable acento gallego (hijo de emigrantes galaicos instalados en el País Vasco), representa el otro perfil típico del terrorista etarra: inmigrante de familia no euskaldún que pretende hacer méritos para ser aceptado por una sociedad profundamente racista, que sorprende por la fealdad y la sordidez de sus ambientes.

Pero ambos, tan diferentes, presentan aspectos en común: son dos tristes palurdos, incultos, fanáticos y acomplejados (se carcajean viendo series estúpidas donde se agrede a españoles), que -carentes de cualidades físicas, morales o intelectuales para aspirar a cualquier excelencia- anhelan hacerse héroes de una patria nostálgica e imaginaria manejada secretamente por otros. Para lo cual, malviven a sus órdenes descerrajando tiros a pobres funcionarios que se ganan el pan lejos de sus lugares de procedencia. Todo ello muy noble, mítico y legendario.

Aun así, los protagonistas más macabros de esta impactante película no aparecen en ella. Son tipos elegantes con despachos enmoquetados que, sintiéndose sumos sacerdotes de una raza superior, fomentaron la locura identitaria que sirvió de combustible a los garrulos descerebrados que empuñaban las armas. Élites que, en reveladora autodefinición del más cínico de sus integrantes, el fallecido Xabier Arzalluz, recogían las nueces del árbol que sus gudaris movían sembrando el terror. Y que ahora, por obra de Pedro Sánchez, son socios preferentes del más extraño gobierno español que nadie podría haber imaginado.

PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 02 DE DICIEMBRE DE 2024.

Por Álvaro Delgado Truyols