A muchos ciudadanos españoles les desconcierta que el PSOE no se haya desplomado en las recientes elecciones europeas. El aguante electoral de un partido que en el ámbito nacional no puede legislar porque carece de apoyos parlamentarios suficientes, que se ha visto obligado a aprobar una ley de amnistía manifiestamente inconstitucional, que está crecientemente afectado por una espiral de corrupción que salpica a la familia cercana del presidente y que va dando bandazos en política exterior al ritmo que Sánchez precisa para desvalijar de votos a sus socios de la izquierda radical ha sorprendido a bastantes votantes de buena fe.

Aun así, el resultado del socialismo en porcentaje y número de votos describe un descenso continuado. Pedro Sánchez quien, pese a dárselas de triunfador, ha perdido todas las elecciones en las que se ha enfrentado a Feijóo, se limita a sobrevivir agarrado al sillón a la espera de que el destino le depare tiempos mejores, bien en política nacional o al albur de algún goloso destino europeo.

Lo peor de esa triste actitud de superviviente, que en alguien desprovisto de todo escrúpulo moral y respaldado por tan menguados apoyos parlamentarios puede resultar hasta bastante comprensible, es que la está contagiando de forma involuntaria a sus restantes rivales políticos. En la actualidad, el objetivo de la mayoría de políticos españoles, sean de ámbito nacional, local o autonómico, es ir aguantando como sea en el sillón, sin que aparezcan líderes de verdad realmente capaces de ilusionar a los ciudadanos al frente de un proyecto político reconocible. Tal vez con la excepción de la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, cuyo criticado populismo sobrevenido resulta más consecuencia de los recurrentes ataques de Sánchez que de sus iniciales planteamientos políticos liberales. Desde el acoso ordenado por Moncloa contra ella durante la pandemia da la impresión de que Ayuso trata de defenderse de Sánchez empleando sus mismas armas.

Una de las causas principales de que la derecha no pueda desmarcarse electoralmente del PSOE es la división del voto, que aparte del aguante de Vox ha venido a agravarse con la irrupción del outsider Alvise Pérez, quien tras obtener más de 800.000 sufragios -superando holgadamente a Podemos- seguro que ha llegado para quedarse. Y esa fragmentación del voto está fuertemente vinculada a la falta de un proyecto de país en el principal partido español del centro-derecha.

Para alcanzar el poder el Partido Popular no puede solo proponer la “derogación del sanchismo”, ni esperar a que Sánchez caiga como fruta madura. Millones de potenciales votantes carecen hoy de referencias sobre el modelo territorial del PP para solucionar las disfunciones del Estado de las Autonomías y las reivindicaciones separatistas de Cataluña y País Vasco. O sobre su política de defensa del castellano en aquellas Comunidades Autónomas en las que está absolutamente marginado. O sobre cuáles son sus planes en política exterior, defensa europea, inmigración, vivienda, medioambiente, energía, sanidad o masificación turística.

Desconociendo tanta gente toda esa fundamental información, ¿cómo les van a votar?

PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 17 DE JUNIO DE 2024.

Por Álvaro Delgado Truyols