Siempre he observado con curiosidad la sumisión de juristas prestigiosos a muchos autócratas a lo largo de la historia. En contraste con el luminoso ejemplo de Cicerón, denunciando en el Senado romano -con sus Catilinarias y Filípicas– los abusos de los dictadores Catilina y Marco Antonio, me pregunto qué mecanismo psicológico, ideológico o social puede lograr que una mente jurídica formada, construida con estudios profundos y conocimientos legales consolidados, pueda prestarse a apoyar -muchas veces de forma incondicional- a despreciables tiranos autocráticos.
Pueden ustedes fácilmente imaginar, aunque voy a referirme esencialmente en esta columna a casos históricos destacados, que el tema presenta en España una plena actualidad. La vergonzosa sumisión con la que jueces o fiscales nacionales como Cándido Conde-Pumpido, Fernando Grande-Marlaska, Margarita Robles, Dolores Delgado, Pilar Llop, Baltasar Garzón, José Ricardo de Prada, Álvaro García Ortiz (y bastantes otros) han rendido su ciencia jurídica a las maniobras de Pedro Sánchez y a las acusaciones de “lawfare” de los nacionalistas obliga a una seria reflexión sobre las presiones del poder y los límites de la ideología, la ambición y la conciencia humanas.
Algo parecido puede decirse de juristas rusos o cubanos que apoyaron el comunismo criminal de Stalin o de los hermanos Castro, de los españoles que justificaron y legitimaron la dictadura franquista, de los magistrados o constitucionalistas venezolanos que han apoyado las tiranías de Chávez y Maduro, o de conocidos hombres de Leyes vascos, baleares, valencianos, gallegos o catalanes que alientan y justifican todas las discriminaciones de las tiranías nacionalistas.
El Catedrático de Filosofía del Derecho Juan Antonio García Amado publicó hace unos meses un interesante trabajo en “Pasión por el Derecho” en el que se preguntaba por qué muchos grandes juristas alemanes, entre ellos Carl Schmitt -uno de los más afamados constitucionalistas de la Europa de la época-, decidieron servir incondicionalmente al nazismo. “¿Qué hizo que tantos se prostituyeran o cuánto había en cada uno de convicción y comunión real con aquellos aborrecibles ideales?”, se pregunta el profesor asturiano de la Universidad de León.
Los razonamientos que maneja en su estudio resultan ciertamente interesantes. El argumento más poderoso que movió todos esos comportamientos resultó ser, sin duda, el de la ambición personal. “Ascenso rápido, nombramientos, cargos, encargos, promesas, influencia social, poder, dinero…y el optimismo de pensar que apostaban a caballo ganador”. Pero esto lleva a una segunda e interesante pregunta: “¿Cuánto puede un juez o un profesor universitario estar dispuesto a hacer, decir o interpretar para mantener el privilegio?”.
Un elemento común a los juristas complacientes es que, una vez caído el régimen tiránico al que fervientemente apoyaron, todos fingieron no saber bien lo que hicieron, o acusaron de su irregular comportamiento a terceros, cesados, fallecidos o ausentes con tal de descargar públicamente sus infames conductas y, tal vez privadamente, sus maltrechas conciencias.
La conclusión más llamativa del trabajo del profesor García Amado es que, aunque algunos de los juristas complacientes siguieron en el futuro publicando obras de indiscutible talento y brillantez, todos ellos eran malvados, tipos listos pero perversos, perfectamente conscientes de que habían estado haciendo el mal.
Sobre la actualidad y proliferación de esta calaña de personajes, así concluye su estudio el atinado profesor gijonés: “De algunos, hoy, estoy bastante seguro. Les doy los buenos días en el aparcamiento de alguna Facultad de Derecho y capto que están disponibles y a la espera, afilando los reglamentos y soñando sentencias. Por una cátedra, un sobresueldo o unos dictámenes mandarían hasta a su madre al campo de concentración y a los hornos crematorios. Están al quite, simplemente aguardan su ocasión. Ojalá se pudran en la espera”.
PUBLICADO EN MALLORCADIARIO.COM EL 04 DE DICIEMBRE DE 2023.
Por Álvaro Delgado Truyols
Hans Rotenhan
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