Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se dirigieron varias veces a la oposición, en las sesiones parlamentarias de estos últimos años, utilizando una misma frase lapidaria: “ustedes nunca volverán a gobernar”. Y no se trataba de un farol chulesco ni de un calentón surgido en el fragor del debate parlamentario. Esa malévola sentencia revela una pulsión histórica de la izquierda española, resucitada en nuestra política desde el Pacto del Tinell -suscrito en el 2003 en Cataluña por el PSC, ERC e ICV-, de excluir a la derecha del poder.

Esa atávica aversión a la derecha no resulta achacable a la dictadura franquista. Ya desde el advenimiento de la Segunda República, en abril de 1931, la obsesión de los nuevos gobernantes fue excluir del acceso al poder a la mitad de los españoles. A esa intención respondió la Ley de Defensa de la República, aprobada el 21 de octubre de 1931 por las Cortes Constituyentes de la Segunda República, que recortaba las libertades públicas y la libertad de prensa a todos los grupos políticos que no se identificasen plenamente con el ideario republicano, y que produjo el cierre de varios periódicos derechistas o monárquicos.

Las elecciones generales de noviembre de 1933 -primeras en las que la mujer ejerció su derecho al voto- supusieron otro paso importante en la exclusión de la derecha de cualquier acceso al poder. Pese a haber sido ganadas holgadamente por la CEDA de José María Gil Robles, el presidente de la República Niceto Alcalá Zamora -presionado por Azaña y otros líderes de la izquierda para que no reconociera la victoria o convocara nuevas elecciones- le impidió formar Gobierno, entregando el poder al Partido Radical de Alejandro Lerroux.

Algo peor sucedió en las elecciones generales de febrero de 1936, en las que un pucherazo infame, hoy perfectamente documentado en la monumental obra “Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular” de los historiadores Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, dio el poder al bolchevismo que degeneró en la locura del Frente Popular.

Tras el largo paréntesis de la dictadura, esa actitud cambió en los tiempos de Felipe González. Justo es reconocer que su aplastante victoria electoral en 1982, obteniendo la más grande mayoría absoluta de nuestra reciente historia democrática con 202 diputados (Sánchez nunca ha pasado de 123), y el ambiente general de reconciliación que se vivía en los mejores años de la Transición supusieron un oasis en esa vieja tendencia excluyente de la izquierda española. Luego en sus últimos años, acosado por los GAL y sonados escándalos de corrupción, empezó a sacar a la calle el “dóberman” para demonizar nuevamente a la derecha.

Las pulsiones excluyentes de Sánchez, heredadas con entusiasmo de su antecesor Zapatero, no nos descubren un panorama nuevo. Es posible que el franquismo, recurrentemente resucitado a su conveniencia por la izquierda, pese aún bastante en la memoria política de muchos españoles. Pero esa intención obsesiva de impedir una normal alternancia democrática existía ya en España años antes de Franco.

 

P.D.: Muchos viejos dirigentes socialistas han criticado a Sánchez por sus cesiones al separatismo rebasando los límites de la Constitución. Pero, menos Joaquín Leguina, todos reconocen haber votado al PSOE. Su sectarismo prevalece sobre esos supuestos escrúpulos constitucionales. También numerosos dirigentes republicanos se lamentaron en el exilio de los múltiples errores de la República. Las pulsiones más íntimas siempre se repiten.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 02 DE OCTUBRE DE 2023.

Por Álvaro Delgado Truyols