Quienes estudiaron la Biblia recordarán que el libro del Génesis narra la casi extinción de la humanidad debida al diluvio universal, habiéndose salvado algunos animales y seres humanos utilizando el Arca de Noé. Los descendientes de esos supervivientes decidieron construir, en la llanura de Babel, una torre tan alta que llegara al cielo, pero Dios castigó su soberbia haciéndoles hablar diferentes lenguas para que, imposibilitando su comunicación, abandonaran la construcción y se diseminaran por la Tierra.

España ofrece hoy síntomas preocupantes de estar reconstruyendo otra peligrosa Torre de Babel. Por un lado, con la decisión de que, teniendo todos los españoles una lengua común, cualquiera pueda utilizar su lengua regional en el Congreso de los Diputados, con la confusión y el dispendio económico que ello va a ocasionar en los debates parlamentarios sólo para dar satisfacción a las exigencias a Sánchez de los golpistas catalanes. Y por otro, con el tergiversado uso del lenguaje que hoy prevalece en el relato político, haciendo creer a la gente que las cosas son lo contrario de lo que realmente son.

El primer asunto presentaba interesantes matices legales. Porque Francina Armengol adoptó una Resolución para dar vía libre inmediata al uso de estas lenguas sin esperar a la reforma del Reglamento del Congreso ni respetar su artículo 32.2 («Corresponde al Presidente cumplir y hacer cumplir el Reglamento…. Cuando en el ejercicio de esta función supletoria se propusiera dictar una resolución de carácter general, deberá mediar el parecer favorable de la Mesa y de la Junta de Portavoces»).

    Saltándose las normas a la torera, Armengol autorizó el uso de las lenguas en el pleno del martes 19 de septiembre sin esperar a la reforma del Reglamento ni consultar el parecer de la Mesa ni reunir a la Junta de Portavoces. Invirtiendo el normal funcionamiento del Derecho, aplicó primero la reforma y luego tramitó su aprobación. Todo para satisfacer las urgentes peticiones de Puigdemont, además de aliviarse ella misma al poder intervenir alguna vez en catalán, evitando maltratar la sintaxis castellana dadas sus manifiestas dificultades para dominar la lengua común. Lo más gracioso de todo es que los diputados catalanes escuchaban a los vascos con el pinganillo puesto que les hacía la traducción del euskera al…. castellano!!!

En cuanto a la manipulación del relato público, la cosa presenta visos de marcada esquizofrenia. En la neolengua de la política española actual, la afición de Sánchez a desdecirse no se llama “mentir” sino “cambiar de opinión”; acordar con un prófugo de la Justicia sus votos para la investidura no es “traición”, sino “fomento de la convivencia”; promover una manifestación ciudadana para denunciar una amnistía que vulnera la Constitución no se denomina “civismo” ni “responsabilidad”, sino “golpismo” o “alzamiento”; y eliminar de raíz sus delitos a delincuentes judicialmente condenados no se llamará “amnistía”, sino “reconciliación” o “alivio penal”.

Lo peor no es que todas estas cosas sucedan. Es que la España de Jenni y Rubiales se las traga.

P.D. El artículo 3.2 de la Constitución dice que “las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas”. Ello significa que no son oficiales en el resto del Estado. Si los catalanes respetaran la diversidad lingüística tal como la han impuesto en el Congreso, aun contrariando la Constitución, tendrían alguna justificación. Pero ellos quieren diversidad en Madrid e inmersión monolingüe en Cataluña.

PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN MALLORCADIARIO.COM EL 25 DE SEPTIEMBRE DE 2023.

Por Álvaro Delgado Truyols