Los soeces cantos testosterónicos del estudiante mallorquín residente en el Colegio Mayor Elías Ahúja han constituido un excelente pretexto para que buena parte de la crispada sociedad española muestre, hiperventilando casi a coro, lo peor de sí misma.
Lo ha mostrado el propio protagonista, exhibiendo ciertas dotes de primate de una forma lamentable en un momento sociopolítico y legal en el que España nos exhibe una piel tremendamente fina. Aunque el pobre será el único que en su pecado lleve la penitencia, ya que ha sido expulsado del Colegio Mayor, es investigado por la Fiscalía y su joven trayectoria personal quedará señalada por bastante tiempo. Pero, dicho lo anterior, y criticado alto y claro su engorilamiento hoy inadmisible, muchos otros protagonistas de la vida nacional nos han mostrado también abundantes quilates de postureo e hipocresía.
Los han mostrado la mayoría de nuestros políticos, encabezados por Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, reaccionando de forma exagerada cuando el país presentaba muchos frentes que exigían su preferente atención. La inflación galopante, la crisis energética, las terribles perspectivas económicas, los presupuestos peronistas que se nos avecinan, las leyes ideológicas aprobadas en el mismo día en el Congreso o el recrudecimiento de la guerra en Ucrania exigían mayor preocupación que varias jornadas enteras de aspavientos políticos ante 14 segundos de gritos primitivos de un jovenzuelo hormonado.
Los han mostrado también instituciones del Estado como la Fiscalía, que ha abierto una investigación sobre la comisión de un posible delito de odio cuando no la abre jamás en escenarios de acoso mucho más violentos como los que suceden habitualmente con los constitucionalistas en Cataluña, con los homenajes populares a los presos de ETA, o frente a las sedes de los partidos de la derecha. El escaso presupuesto que los españoles dedicamos a la Justicia no está para ser gastado en postureo mediático. Porque, antes de sobreactuar con el dinero de todos nosotros, los fiscales ya deberían conocer que un niñato en celo no es un peligroso delincuente.
Y lo han mostrado, finalmente, las legiones de odiadores que pueblan nuestra sociedad, excretando con desahogo su rencor de clase a través de medios y redes sociales. Que si se trató de una agresión de género perpetrada por un grupo de pijos, que si representan a los valores de Vox, que si el chaval era un crío mimado que estudió en un colegio de jesuitas, que si lo sucedido es una muestra de la cultura de la violación, que si papá le sacara enseguida del lío, y no sé cuántas muestras más de estupidez farisea y de patético resentimiento social.
Yo también he tenido -como ustedes- veinte años, por mi edad viví largos meses de mili, he jugado durante muchos años al fútbol en diferentes equipos y categorías, he conocido desde dentro el mundo del deporte profesional y he residido varios años en un Colegio Mayor de Madrid, aparte de participar en todas las diversiones típicas de la época de la juventud. Y las he pasado, como la mayoría de los adultos, de todos los colores. En todos esos lugares y actividades he conocido gente encantadora y también actitudes impresentables, momentáneas o duraderas.
Los comportamientos estúpidos, muchas veces meramente ocasionales, forman parte de la vida. Abundan en la escuela privada y también en la pública, en Vox y en Podemos, en una residencia de estudiantes y en las casas particulares, entre los ricos y entre los pobres, en las ciudades y en los pueblos. Las estupideces, lamentablemente, proliferan en todos los órdenes de la existencia y en todos los niveles sociales, familiares o culturales. Aunque algunos quieran dar a entender que es así, no se acumulan entre los pijos, entre los ricos o en una determinada clase social. La educación pública no representa, para nada, una garantía contra la estupidez. Por mucho que insistan en ello los resentidos habituales.
Por eso les pido a muchos que dejen ya de decir mamarrachadas. El autor de los groseros berridos -y sus compinches de ensayada coreografía- llevan ya suficiente penitencia con lo que les ha sucedido. Que no era la primera vez que pasaba en estas fechas. Las chicas destinatarias de sus burradas han quitado hierro al asunto, exhibiendo también otra colección de cánticos deplorables, lo que debería dar idea a nuestra solícita Fiscalía de que no se trata de un acto de odio, sino de un acordado y estúpido pique juvenil. Y todos los demás, a estas alturas, sobramos.
La enorme repercusión mediática del asunto representa, para todos estos jóvenes, un castigo suficiente. Y el resto tenemos cosas más importantes en las que ocupar nuestro tiempo. Aunque a algunos les interese ahondar en la polémica para que no se analice su lamentable gestión política, para camuflar asuntos más relevantes o para profundizar en el creciente enfrentamiento social.
PUBLICADO ORIGINARIAMENTE EN OKBALEARES EL 11 DE OCTUBRE DE 2022.
Por Álvaro Delgado Truyols
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